GETAFE/Akelarre (23/10/2018) – No, no es viernes (ni ya, ni todavía), pero hoy toca Akelarre, un Akelarre cargado de prisas, culpas y dudas sobre cómo escribirlas y contradicciones, muchas contradicciones. Hoy vuelvo a hablar de la “culpa”, esta vez como estado emocional permanente.
¿Recordáis cuando hablamos de entonar “el mea culpa” tras los atracones navideños? Pues desde entonces no puedo dejar de fijarme a mi alrededor sobre el sentimiento y el sentido de la culpa, la responsabilidad y todas las consecuencias horribles que tienen sobre nosotras.
Y es que, no sé cómo ni por qué, pero siempre terminamos nosotras sintiéndonos culpables por decir NO, por decir ‘Basta’, por no ser perfectas ni llegar a todo, terminamos pidiendo perdón por cosas que no hicimos o por cosas que otros entendieron que eran nuestras responsabilidades aunque en realidad nadie nos lo había dicho o incluso por cosas que hicieron otros.
Sinceramente creo que todavía estamos masticando la manzana de Eva.
Desde un tiempo a esta parte me fijo cuando hablo con compañeras y amigas de la angustia que nos produce no llegar a todo, hacer cosas que se salen de lo establecido por los señoros, de no ser la hija perfecta, de ser la mala novia, de no ser la madre superwoman ni la ejecutiva agresiva que nos habían dicho que fuésemos.
El otro día estuve en un encuentro de mujeres y como conclusión saqué que las mujeres colectivamente queríamos ser dueñas de nuestros destinos así como objetivo general no verbalizado. Y ser dueñas de nuestro destino colectivo e individual tiene consecuencias, porque tiene acciones rupturistas que nadie valora pero todo el mundo señala.
Digo que todo el mundo señala aunque no se verbalice, porque ¿no tenéis la sensación que siempre se termina achacándonos a nosotras nuestras actuaciones mientras a ellos se les deja en un segundo plano cuando son responsables?
Denunció o no denunció; dijo sí y luego dijo no; aceptó el puesto de trabajo y sabía lo que quería el jefe, se fue o se quedó; siguió adelante con el embarazo o abortó; se plantó o siguió para adelante; llevaba minifalda o un gran escote; sonrió o torció la boca.
Siempre, siempre las decisiones que tomamos son puestas en entredicho porque siempre hay una excusa para algunOs de no querer aceptarlas y además de no ver la responsabilidad que tienen.
Decía antes que las mujeres queremos ser dueñas de nuestro destino y para ello tomamos decisiones que rompen con lo establecido, un sentido común androcentrista que nos impone una culpa permanente que hace que además de lidiar con nuestras vidas, que no son precisamente fáciles en este sistema patriarcal y capitalista, tengamos que lidiar con ese sentimiento que no nos permite desplegar nuestras alas.
Para terminar, quiero animaros a todas a sacudiros las culpas que nos autoimponemos y nos imponen, que entre todas y en base a esa sororidad que nos hace poderosas nos acompañemos sin juzgarnos en nuestros caminos, que empaticemos las unas con las otras y, además, que señalemos a quienes tienen la verdadera culpa de reproducir el sistema patriarcal “todo el rato, todo el tiempo”.