GETAFE/Rincón psicológico (10/10/2018) – OTOÑO esa estación del año “amada” para muchos y “odiada” para otros tantos (juego de dicotomías presente). Junto con la primavera se presentan como estaciones variables, desestabilizantes y (des) adaptativas donde no solo el cuerpo físico experimenta a ritmo vertiginoso cambios climatológicos sino donde el estado emocional debe hacer frente a ritmos de horarios voluptuosos, anocheceres antes de tiempo, despertares en mitad de la noche, aturdimiento, embotamiento.
Muchas son las especies animales que durante esta época hibernan en sus refugios, y muchas son las personas que durante esta época del año deciden emigrar a lugares donde los rayos de sol se hacen presentes durante unos instantes a veces eternos.
Son muchos los pacientes que en estas épocas del año tienen sus recaídas previo aviso a familiares y al sostén externo de diferentes instituciones encargadas de su cuidado donde se alerta y se instruye para el manejo de episodios de brotes de sus trastornos que aparecerán de un modo u otro en algunos de estos meses.
OTOÑO esa época del año donde se hace urgente la escucha de uno, donde se prioriza el cuidado, el cubrir las necesidades ya no tan básicas pero de vital importancia y donde uno se busca su propio nido para hibernar.
Me gusta decir que el otoño es esa época en la que uno se dedica a sí mismo, donde uno está atento a sus necesidades internas y donde uno las pone al servicio de sí mismo.
Vivimos en una sociedad donde la importancia del exterior se hace presente en cada paso que damos, salimos a la calle para relacionarnos con otros, apuntamos a nuestros hijos a actividades extraescolares, nos esforzamos en estar hacia afuera por el miedo de que el estar hacia dentro nos haga meternos en una cueva de la cual sea difícil salir.
¿Qué sucedería si consiguiéramos parar ese ritmo externo, escucharnos desde nuestro deseo más profundo y consiguiéramos hibernar después de nuestras responsabilidades diarias?
A muchos de mis pacientes les invito en esta época del año a que redecoren su casa, se paren a observarla, se dediquen a ese ocio de sofá que yo digo donde ver películas, escribir poemas, leer libros, cocinar nunca obtuvo tanto placer. Les invito a que escriban en sus diarios de bitácora, que experimenten la soledad, esa soledad de estar con uno redescubriéndose. Les invito a las reuniones familiares, conversaciones de té de café, de bizcochos caseros y de chocolate fundido. Les invito a los abrazos, a las caricias, las tardes de manta y sofá. Les invito a los paseos por el parque de casa, al disfrute de las hojas caídas, al disfrute visual de los colores de otoño, al olor de chimenea en pueblos de montaña.
A veces estamos tan volcados en el exterior que se nos olvida la sencillez y lo profundo de lo cotidiano.
Contemplar nuestra fuente interna es contemplar nuestra sabiduría, nuestros dones y nuestra maestría. Dejemos espacio para nuestro otoño personal.
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