GETAFE/La piedra de Sísifo (30/10/2018) – Hoy os voy a contar un caso, como mínimo sorprendente, que experimenté la semana pasada.
El miércoles, a eso de las 7.00 h, como cada día, después de desayunar me dispuse a ducharme. Abrí el grifo en el agua caliente para que corriera el agua y que estuviera templada cuando empezara a mojarme y, esperando, esperando, el agua seguía saliendo fría. Fui a la cocina y pregunté a mi mujer, que desayunaba en ese momento, si había apagado la caldera por algún motivo, ya que el agua no se calentaba. Respondió que no, salí al tendedero a mirar y, efectivamente, estaba encendida y aparentemente normal. Abrí el grifo del fregadero y la caldera seguía sin reaccionar (a todo esto, mi mujer y yo íbamos comentando la jugada conjeturando qué podría sucederle y cómo podríamos resolverlo). Por fin, puse en marcha la calefacción, la caldera reaccionó, arrancó, volvió a funcionar con normalidad y hasta hoy.
Probablemente conocerás que Google adapta los pequeños banner publicitarios, que aparecen en las publicaciones digitales, en función de recientes búsquedas que hayas hecho y te pone productos o servicios relacionados con ellas, creo que Amazon y Facebook también hacen algo parecido. El caso es que, desde el mediodía del mismo miércoles, empezaron a aparecerme anuncios de calderas de distintas marcas y modelos, sistemas de calefacción, empresas de reparación y distribuidores de suministros eléctricos y de gas. Todo esto sería medianamente normal si hubiera hecho alguna búsqueda sobre averías, reparaciones o alguna otra cosa relacionada; lo “sorprendente” es que no, solo hablamos de ello y, en el silencio de esas horas, nuestra conversación pudo ser recogida fielmente por los micrófonos de los teléfonos móviles que teníamos cargando a escasos 3 metros. Acojona ¿verdad?
Rara es la persona que no porta durante todo el día un smartphone (teléfono inteligente), algunos, incluso, más de uno si llevas el personal y el terminal profesional. Cada aparato lleva instaladas una serie de “aplicaciones”, la mayoría de dudosa utilidad, redes sociales abiertas en segundo plano con nuestro perfil y un sinfín de datos personales a los que no damos importancia pero que, dentro de lo que se llama Big Data y agrupados en paquetes, tienen un valor enorme tanto económico como estratégico. Cada una de esas aplicaciones lleva aparejados una cantidad de permisos que, inconscientemente, concedemos cuando las instalamos, como ubicación, acceso a micrófono, altavoz, cámara, etc y, tengamos o no abiertas esas aplicaciones están transmitiendo permanentemente nuestra vida. Ahora acojona un poquito más ¿verdad?
Los gigantes tecnológicos y las descomunales agencias nacionales de seguridad que operan a escala planetaria, funcionan en perfecta simbiosis y de todos los billones de datos que recogen cada minuto, cada uno se queda, negocia y emplea los que le convienen y guarda los que no, desconocemos durante cuánto tiempo. Los inocentes ciudadanos somos carne inconsciente de manipulación comercial, ideológica o del tipo que convenga en cada momento y, felices en nuestra ignorancia, nos creemos autónomos en nuestras decisiones e independientes en nuestra vida. ¡Ja!
Viendo el cariz que ha ido tomando el artículo a medida que iba avanzando en su redacción, no descartaría en absoluto que, mañana a más tardar, empezara a recibir en mis perfiles en redes sociales, publicidad de gabinetes psicológicos que tratarían de modo eficiente mi paranoia y otras patologías mentales asociadas. O, para ya terminar de acojonarme del todo, recibiera esa publicidad en mis perfiles personales. Repetía un gurú televisivo, de eso de las “ciencias oscuras”, cada vez que se encontraba con casos asociados entre sí, el mantra de “¿Casualidad? No lo creo”. Yo tampoco.
Como se van a terminar enterando de todo, al menos démosles algo de envidia en sus tristes vidas: seamos felices.