En los años 70-80 eran fácilmente identificables porque se reflejaban con fidelidad en las estética del Torete, Vaquilla y demás “Perros Callejeros”. Hoy también se les ve de lejos: camiseta de hombreras, tatuajes carcelarios, pantalones vaqueros ceñidos, lata de cerveza y, sobre todo, un perro de raza potencialmente peligrosa, sin educar, que va dejando sus excrementos por dónde le parece, y que no duda en azuzar para intimidar o, simplemente, para divertirse.