Unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las que tienen.
Eduardo Galeano
GETAFE/Todas las banderas rotas (19/09/2018) – Existe, desde hace mucho tiempo, una ola de desencanto que recorre a la izquierda europea en general y a la socialdemocracia en particular. Se dice que ha perdido poder de atracción, que la ciudadanía ya no coincide con esa ideología. Y es cierto que los hechos invitan a pensar que tienen razón los que así opinan.
Después de la segunda guerra mundial fue la socialdemocracia la que promovió lo que, posteriormente, dio en llamarse “el estado de bienestar” que, en resumen, consiste en reconocer que todos los ciudadanos han de tener acceso a una serie de derechos: atención sanitaria, educación, vivienda, prestaciones en caso de desempleo, jubilación o infortunio, etc. Y que es el Estado el responsable de hacer efectivos esos derechos. Es decir, se trata de que los sectores de población humildes o desfavorecidos disfruten de los servicios que no podrían alcanzar por sí mismos en un sistema injusto y desigual como es el capitalismo.
A partir de 1945 se establece un pacto tácito entre las fuerzas conservadoras o de derecha y la socialdemocracia. Las primeras reconocen el papel del Estado en cuanto a la obligatoriedad de hacer todo lo posible para satisfacer las necesidades que los más débiles no podrían alcanzar por sus propias fuerzas; la socialdemocracia, que protege y profundiza la democracia e integra los principios de justicia social, dignidad humana y participación ciudadana lo que, en última instancia, llevaría al socialismo, renuncia a imponerlo por la fuerza.
El problema surge cuando el capitalismo se trasforma pasando la economía productiva a ser predominantemente especulativa y, consecuentemente, el capital y los partidos y líderes conservadores constatan que los trabajadores han perdido su fuerza, los sindicatos ya no suponen un contrapeso a su poder, es decir, han ganado la vieja lucha de clases.
Mi conclusión es que la socialdemocracia no ha perdido vigencia; lo que ocurre es que está muriendo de éxito. Lo que ha pasado es que el Estado de bienestar, que es una creación de la socialdemocracia, ha llegado a la gran mayoría de la población (estoy hablando, claro, de los países del primer mundo); hoy, a pesar de las grandes desigualdades que aún persisten, los europeos en general disfrutamos de una situación económica y social infinitamente mejor que la que teníamos hace treinta o cuarenta años. Por poner un ejemplo cercano, en España, en los primeros años ochenta del siglo pasado, la renta per cápita rondaba los 4.000 dólares mientras que, en plena crisis económica, estuvimos en 26.500 y hemos llegado a estar en 2008 por encima de los 35.500. Y no podemos olvidar que desde el año 1982 hasta el 2011 el PSOE ha gobernado durante casi 22 años.
Entonces, si, en la mayoría de los países europeos, como en España, han sido los partidos socialdemócratas los que han hecho que los trabajadores y sus familias mejoren sustancialmente su situación económica y social, que pasen a ser clase media, ¿por qué va ganando la derecha en Europa? Al margen de razones circunstanciales, mi interpretación es que, en ausencia de ideología, votamos según nos dice la cartera; esto es, la gente vota conservador cuando tiene algo que conservar, y ha sido la izquierda, los partidos socialdemócratas -en España el PSOE- quienes han hecho posible que la mayoría de los trabajadores tengan mucho que conservar.
Porque la izquierda es la ideología que nos invita a ser solidarios, que nos hace trascender de nuestra propia situación, sea ésta mejor o peor, para buscar que todos los seres humanos, especialmente los que no han tenido nuestra suerte o nuestras posibilidades, vivan con dignidad y libertad, que a todos les lleguen las bondades de una sociedad bien gobernada.
Lo dicho hasta aquí no significa que la socialdemocracia no haya cometido errores, que no tenga ninguna responsabilidad en la situación que he descrito, es decir, en su propio declive. El mayor de los errores que ha de atribuírsele es haber cedido a determinadas políticas neoliberales en la creencia, evidentemente equivocada, de que de esa manera conservaría a votantes que se le estaban yendo por la derecha. Y en esa decisión hay otro error mayor: pensar que lo único importante era conservar los votos que se pudieran ir a los partidos de la derecha, olvidar que el socialismo nació para que la sociedad estuviera formada por personas libres e iguales en derechos y oportunidades.
Otro error cometido por la socialdemocracia, muy relacionado con los anteriores porque es uno de los axiomas del ultraliberalismo imperante, fue asumir que la política ha de someterse a la economía, lo que significa que el funcionamiento de los mercados se regulará por sí solo, y, por tanto, son innecesarios los órganos o mecanismos de control de la actividad económica capitalista; esto ha servido para dejar las manos libres a las corporaciones opacas, los especuladores, los practicantes de la ingeniería fiscal y financiera defraudadora, los corruptos y demás fauna que, a pesar de llamarse liberales, viven a costa del erario público.
En fin, la socialdemocracia está muriendo de éxito porque ha sido capaz de crear y distribuir riqueza pero no ideología: ha conseguido que los antiguos trabajadores, los que se llamaban a sí mismos, con orgullo, obreros, mejoren mucho su posición económica y social pero los ha convertido en conservadores. Y para reanimarla es necesario que los partidos socialdemócratas y sus líderes sean realmente eso: socialdemócratas y líderes; pero ese tema, el del descrédito de la política y los políticos, queda para otra ocasión.