Ayer por la tarde, paseando un rato por el centro de Getafe, volví una esquina y ahí estaba; la incredulidad hizo que me frotara los ojos varias veces: una calle sin obras, sin coches en doble fila, tranquila y silenciosa (permíteme que me guarde su ubicación como un tesoro). Se me saltaron las lágrimas de la emoción y respiré alborozado. En Getafe aún hay esperanza.