No entiendo casi nada la nada de la vida,
ni entiendo este país que huele a naftalina.
José Antonio Labordeta
GETAFE/Todas las banderas rotas (28/03/2018) – José María Aznar, allá por el año 1994, publicó un libro titulado ‘España. La segunda transición’, en el que proponía, en palabras de Ignacio Sotelo, “una especie de nuevo comenzar, al que llamaba un tanto pomposamente segunda transición”.
Más adelante, Podemos y su líder Pablo Iglesias Turrión llegaron vendiendo la idea de que la transición posfranquista fue un fracaso absoluto y ellos eran los llamados a hacer la buena, la de verdad.
Lo cierto es que Aznar no se salió con la suya y hoy está muy bien acomodado pero, como el viejo león vencido y expulsado de la manada, frustrado y lleno de rencor, no se resigna y lanza venablos a sus antiguos amigos del PP. E Iglesias Turrión, a pesar de sus casi infinitos conocimientos políticos (no en vano es politólogo y profesor universitario), anda sorprendido, desorientado, sin entender cómo es posible que las encuestas les den, aproximadamente, las mismas cifras que tenía IU en sus mejores tiempos convirtiendo a Podemos en casi irrelevante cuando, según sus cálculos, ya deberían haber asaltado los cielos.
Lo que me parece innegable es que hoy es absolutamente necesario que se produzca una nueva transición política. Pero, ¿están los principales partidos dispuestos y en condiciones de acometerla?
Fue Podemos, a partir del 15M, quien supo hacer un diagnóstico muy certero, explicó perfectamente lo que estaba pasando y por qué estaba pasando, e inmediatamente movilizó a mucha gente cabreada y consciente de que las cosas no podían seguir así y debían ser cambiadas; ese fue el gran mérito que nadie podrá discutirle a Podemos, que sacó a mucha gente de sus casas, les sacudió la modorra y les hizo creer que era posible cambiar las cosas. Pero, después de haber hecho el diagnóstico correcto, no acertó con el tratamiento; hoy para muchos ha pasado a ser un espejismo, un partido más cuyo objetivo (no confesado) ya no es asaltar los cielos, sino, como cualquier estructura, permanecer y, a ser posible, perpetuarse y, para conseguirlo, cede, se acomoda…, vamos, hace exactamente lo que, cuando llegó a la escena política, criticaba a los otros partidos.
El PP anda a la greña con Ciudadanos con la vista puesta en las próximas elecciones; como siempre, practica el cortoplacismo, engañado y engañando con la idea de que si gana a Ciudadanos, aunque sólo sea por un escaño, todo volverá a ser como antes. No se da cuenta, más bien no quiere darse cuenta porque el miedo a perder le tiene paralizado, de que ya no está en juego la victoria o la derrota en unas elecciones, sino que se trata de un cambio social profundo que arrastrará al vertedero de la historia a quien no lo entienda así. Claro que, por otra parte, quizá no pueda hacer otra cosa porque, dado su pasado y su presente, no tiene futuro, no tiene herramientas para responder al desafío, social y político, al que cualquier organización política está confrontada actualmente.
Ciudadanos es un partido camaleón, se adapta a cualquier situación, es capaz de decir hoy lo contrario de lo que dijo ayer sin sonrojarse, se inclina a izquierda o derecha según convenga, quizá para mimetizarse con eso que algunos llaman la modernidad líquida, lo que lleva a la sociedad líquida, a la política líquida, a la ideología líquida…, es decir, ese estado en que la incertidumbre que produce la enorme rapidez con que se producen los cambios sociales, debilita los vínculos humanos y lleva a algunos a prescindir de valores que, hasta hace muy poco, la mayoría considerábamos sólidos. Todo para situarse en el mejor puesto de salida para las próximas elecciones, para sustituir al PP, para cambiar lo que haga falta con tal de que todo siga igual.
El PSOE aún está en su travesía del desierto. Después del 1 de octubre de 2016 en que estuvo a punto de consumar su suicidio, aún no ha levantado cabeza. Si bien es cierto que las encuestas le sitúan un poco por encima de las últimas elecciones, lo que a mi modo de ver importa más, es la forma en que está encarando la situación de la que hablo, el cambio de escenario social y político; y, en mi opinión, tampoco está sabiendo hacerlo o, para ser más preciso, creo que sabe lo que hay que hacer pero no se atreve, no encuentra la fuerza necesaria para hacerlo, un día pone una vela a Dios y al siguiente la pone al diablo, no termina de romper clara y definitivamente con el acercamiento al PP en algunas cuestiones importantes. Despertó grandes expectativas tras la segunda elección de Pedro Sánchez como secretario general y la celebración de su último congreso, pero corre el riesgo de volver a las andadas, a la división y las guerras intestinas si no se centra en lo que importa.
¿Y qué es lo que importa? Responder a la enorme frustración por la que pasan todos los grupos que han padecido la crisis económica y, al revés de la minoría privilegiada, aún no han salido de ella; recuperar plenamente los derechos (en sanidad, educación, pensiones, dependencia) que el PP ha suprimido o privatizado desde 2012 hasta ahora; entender el papel social de las mujeres como derecho, no como concesión; acabar de una vez por todas con la corrupción y hacer que la justicia caiga con todo su peso sobre los corruptos; abordar el conflicto catalán utilizando la política, esto es, mediante el diálogo y el consenso, no delegando en tribunales y policía; restaurar la democracia poniendo de nuevo en valor la libertad de expresión y otras libertades que no tienen que ver con el liberalismo económico. Pero todo esto hay que hacerlo con actuaciones concretas (que incluye la reforma constitucional) mediante la unidad de acción de la izquierda, porque ya no bastan las declaraciones retóricas.
Cuando hablamos de partidos, como yo lo he hecho, hemos de ser conscientes de que hablamos de estructuras que, como dicen algunos sociólogos, existen para existir, para perpetuarse, pero también de que están formados no sólo por sus dirigentes, sino por personas muy comprometidas que, además de compartir una ideología, están descontentos con la situación que he intentado describir, que están convencidos de que su partido es la herramienta necesaria para lograr el cambio y están lejos del tacticismo de algunos dirigentes que repiten “ahora no es el momento”, “políticamente no conviene”, “si hacemos eso nos castigarán en las próximas elecciones”…
En fin, hoy nos encontramos con la queja permanente de que la gente se desentiende de la política, se habla de “desencanto”, concepto ya conocido para los que tenemos algunos años porque ya se dio durante la primera transición. Lo terrible es que nadie se hace responsable de lo que pasa: los políticos repiten que el problema es que la gente no participa, no se interesa por los problemas comunes; la gente, en general, dice que quien tiene que arreglar las cosas son los políticos porque para eso los hemos puesto donde están, les pagamos y, además, son los que pueden hacerlo.
A pesar de todo, hay mucha gente, aunque no tanta como sería necesario, que intenta cambiar las cosas, hacer política a su modo, construir una sociedad que recupere los valores perdidos y que tenga por objetivo el bienestar de todos en lugar del beneficio económico de unos pocos. Además de los que militan en los partidos, de los que ya he hablado, hay muchos otros que reniegan de ellos, los ven incapaces de dar soluciones porque los consideran culpables pero no dejan la lucha, no renuncian a hacer política.
Unos y otros, dentro y fuera de los partidos, son y están los que hicieron la transición que, después del franquismo, posibilitó que la dictadura pasara a ser democracia, con muchos defectos y carencias, pero democracia al fin; unos y otros, dentro y fuera de los partidos, son y están los que hemos de hacer la transición que ahora toca, que no es otra que identificar los errores de la anterior sin menospreciar sus méritos y, a partir de ahí, buscar las soluciones que los nuevos tiempos exigen sin rechazar a nadie que tenga el mismo objetivo.
“España huele a epílogo”, dijo hace tiempo el poeta. Cada vez esto es más cierto y está más claro que aquí hace falta ya cambiar de historia.