“Llegará un día en que vosotras Francia, vosotras Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas vosotras, naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y vuestra gloriosa individualidad, os fundiréis estrechamente en una unidad superior, y constituiréis la fraternidad europea”.
Víctor Hugo, Congreso de la paz, 1849. Discurso de apertura.
GETAFE/Todas las banderas rotas (15/03/2018) – Cuando un país se adhiere a una Organización internacional, sea cual sea ésta, pierde algún grado de soberanía porque cuando los Estados cooperan es porque les resulta beneficioso, pero, en contrapartida lógica, pierden control sobre determinados asuntos internos porque se pasa de la decisión unilateral a la codecisión. ¿Significa esto una vulneración de la soberanía? Javier Solana en un artículo de 2012 decía que dependiendo de dónde pongamos el énfasis y del grado de amplitud de nuestro enfoque, primaremos una dimensión “global o federal” o una “nacional”.
Lo que ha de quedar claro es que haber aceptado las reglas de la UE, -a lo que están obligados, lógicamente, todos los Estados que pertenecen a ella- lleva implícito ceder soberanía y esto es en lo que algunos se apoyan para rechazar a la UE tachándola de poco democrática porque, dicen, las decisiones las toman instituciones no elegidas por los ciudadanos de cada país.
Pero la realidad es que el Parlamento Europeo está compuesto por representantes elegidos democráticamente en cada Estado miembro. Y que tanto el Consejo de Ministros como el Consejo Europeo lo forman miembros de los Gobiernos también elegidos democráticamente, es decir, somos los ciudadanos los que elegimos a las personas que nos representan en las instituciones comunitarias y a las que las dirigen, así que somos responsables de las políticas que lleven a cabo dichas instituciones. La Comisión, por su parte, es una institución independiente cuya misión es gestionar los asuntos de acuerdo con las directrices que recibe de las anteriores; cuando la Comisión toma decisiones (lo que suele ocurrir, casi exclusivamente, en asuntos de tipo técnico), lo hace por delegación y bajo el control del Parlamento y el Consejo de Ministros.
Por tanto, cuando nos quejamos de que la UE se ha “derechizado”, de que el Consejo o el Parlamento comunitarios toman decisiones que no nos gustan, en lugar de decir que la UE no es democrática, pensemos que refleja lo que ocurre en los Estados miembros: en la mayoría de ellos gobiernan desde hace tiempo partidos de derecha.
Y los partidos de la derecha son proclives a ceder soberanía en materia económica y financiera pero no en ámbitos políticos. ¿Será porque lo primero favorece a los bancos y grandes corporaciones económicas y lo segundo puede favorecer el control de los bancos y las grandes corporaciones económicas por parte de los Estados? ¿Será que prefieren que la economía marque el camino por donde debe ir la política en lugar de que sea la política la que imponga las reglas que deben respetar las entidades que manejan nuestro dinero?
Yo diría, siguiendo a Javier Solana, que, al ceder solo en la soberanía económica, estamos en un enfoque “nacional”, cuando no nacionalista; si, por el contrario, cedemos soberanía también en determinados espacios políticos, de manera coordinada y con un claro concepto de lo que significa la codecisión, avanzaremos en la dimensión federal que defendemos los europeístas de izquierdas.
Hay que reactivar y dar poder auténtico a los órganos de regulación europeos, pero, sobre todo, hay que perder el miedo a la cesión de soberanía en materias políticas desde los Estados miembros a las instituciones comunitarias. Es de sentido común que ante las dificultades, presiones y chantajes los 28 miembros de la UE (muy pronto 27 tras el Brexit) tienen más fuerza de respuesta y acción conjuntamente que cada uno por separado.
Además, se da otra circunstancia que contribuye a que la UE desarrolle políticas neoliberales, nocivas para la gran mayoría de la población europea: la ausencia de verdaderos líderes políticos, idea con que terminaba el artículo anterior, líderes con una visión europeísta que les hacía poner el interés común por encima del de su propio país. Esta ausencia ha desplazado el poder desde las instituciones comunitarias a los Estados que tienen más peso económico (prioritariamente Alemania), gobernados, como digo más arriba, por partidos de derecha y, en algún caso, incluso de ultraderecha. Este desplazamiento se ha dado en perjuicio del resto de los países que carecen de liderazgo en el conjunto de la UE.
Porque hoy dirigen la UE los que defienden la soberanía de cada Estado y conciben la UE simplemente como un ente económico, un mercado libre donde comprar y vender mejor sus mercancías. Para conseguir esto, les basta con una serie de normas comunes respecto a las condiciones que deben cumplir esas mercancías, libertad de circulación para las mismas, un sistema monetario, bancario y financiero que facilite los pagos y cobros, incluso acuerdos fiscales y de otro tipo que no pongan trabas a la libre competencia, en definitiva, una normativa completa que regule la libre circulación de mercancías y capitales; la libre circulación de personas también, pero subordinada a las anteriores, es decir, en la medida en que es necesaria para que las otras dos funcionen correctamente.
En cambio estamos en regresión los que vemos a Europa como un espacio democrático, donde las libertades, todas, se den de manera armoniosa mediante la coordinación de un determinado número de políticas y la cesión de soberanía en las parcelas necesarias para construir una Europa fuerte y unida de tipo federal, tal como la imaginaron los fundadores, que tendría presencia en el mundo, no sólo por su poder económico, que también, sino, sobre todo, por su modelo de bienestar social.
Porque los gobiernos nacionales deberían entender que a la UE no se va a defender intereses nacionales, a conseguir lo que quiero para mi país porque es más fuerte o tiene más poder que los demás. Deben ir a construir una Europa mejor, más democrática, que haga posible que todos los europeos, todos, vivan mejor y puedan contribuir a construir un mundo más justo y solidario.
Por tanto, si alguien quiere ver falta de democracia en la UE es porque en los últimos tiempos se está dando lo que, a mi juicio, es una clara perversión: no son las instituciones comunitarias las que toman las decisiones que les competen, sino que las toman países que, desde una posición de fuerza económica, y siguiendo los dictados de la gran banca y de las corporaciones multinacionales, obligan a los demás a actuar según su particular interés.
Acudo, otra vez, a Javier Solana cuya autoridad está contrastada; dice: “Paradójicamente, cuando estalló la crisis, la UE fue criticada por su falta de integración. Ahora que se quiere avanzar hacia ello, se le acusa de ir en contra de la soberanía nacional. La ciudadanía tiene que tener la sensación de que las instituciones están dotadas de los mecanismos necesarios para hacerlos inclusivos en el proceso de decisión. Y ello implica una unión basada en normas y no, peligrosamente, en la relación de fuerzas”.
No es Europa el problema. Cuando consigamos que Europa se administre mediante un gobierno federal, cuando los Estados miembros, de forma consensuada, acepten ceder a dicho gobierno las competencias necesarias para que sea realmente efectivo, entonces Europa será la solución.
Y en eso deberíamos empeñarnos todos porque todos, políticos y ciudadanos de a pie, somos responsables de nuestro futuro y, en consecuencia, nos importa a todos.
Terminaré citando al maestro Reyes Mate: “El futuro de España es Europa. No nos podemos permitir ya ser nacionalistas, por deber de memoria. El futuro es Europa”.