GETAFE/El rincón del lector (21/03/2018) – Decir que estamos conmocionados es no decir nada. A veces las palabras no alcanzan a reflejar sobrecogimiento que nos ha encogido el corazón y dificulta hasta un hecho tan sencillo como el de respirar. Los acontecimientos cotidianos se suceden tan rápido que, mañana sin ir más lejos, otro hecho atroz volverá a zarandear nuestros sentimientos y emociones.
Sentir el dolor nuestro, que trata de aflorar rabioso desde la médula de los huesos, es no sentir nada. A veces descubrimos que el dolor humano tiene momentos de insoportable sufrimiento, que una madre está padeciendo como le arrancan con saña, una a una, todas sus vísceras y órganos y, aún conectadas a su cuerpo, son pisoteadas por las botas de mil ejércitos furiosos. Y no podemos hacer nada por aliviarlo.
Ver como la pena ensombrece los todos los rostros es no ver nada. Para una madre y para una familia la luz del sol se ha oscurecido para siempre. No importa el tiempo que pase, no importan las circunstancias ni los avatares que la vida les reserve, no importan. Una pena infinita que ha invadido todo su mundo y trastocará para siempre un intento de sonrisa en un rictus amargado.
Proclamar el asco que me produce un cobarde asesino al que unas criaturas llamaban cariñosamente papá, tampoco es nada. Una mujer se preguntará el resto de sus días cómo pudo compartir su vida con un monstruo sin entrañas y, sin motivo alguno, solo porque la naturaleza humana es así de cruel, se culpabilizará a sí misma por no haber sido capaz de desentrañar unos indicios imaginarios que nadie pudo ver ni adivinar jamás; solo constatar que podían estar ahí cuando ya era tarde, demasiado tarde.
Pero lo digo, lo siento, me apeno y asqueo porque soy humano, aunque no sea capaz de alcanzar a imaginar siquiera la tormenta perfecta que envuelve, zarandea y golpea a una madre incrédula que aún no es completamente consciente de lo ocurrido. Solo puedo ofrecerle todo el cariño, la ayuda, la solidaridad y el calor que sea capaz.
Antonio Calvete
21 marzo, 2018 at 17:12
El maestro Rafael Alberti nos lo dejó dicho:
“Las palabras entonces no sirven: son palabras”
Esta es una de esas ocasiones en que las palabras pierden su sentido. Ante la crueldad extrema, ante lo incomprensible que nos resulta que un padre dé muerte a sus propios hijos, cualquier ser humano sólo puede enmudecer.