GETAFE/La piedra de Sísifo (06/03/2018) – Desde una óptica masculina se puede empatizar con lo que día a día sienten las mujeres: Permanente discriminación social heredada de una tradición patológicamente patriarcal, objeto de todo tipo de comportamientos machistas (de micro a macro), frustración y cabreo al ver que un compañero percibe mayor salario por igual trabajo, víctima o testigo de agresiones verbales, sexuales y/o físicas por el solo hecho de haber nacido con los cromosomas XX y espectadoras indignadas de la imagen estereotipada, limitada y limitante, ignorante y despreciativa con sus derechos que se transmite mayoritariamente en los medios de comunicación, espectáculos, cine o cualquier otra manifestación pretendidamente cultural pero gestionada desde una visión mal llamada masculina. Decía que se puede (se debe) empatizar pero nunca alcanzaremos a sentir en nuestras células el 100 % de lo que una mujer sufre a diario.
Por eso, pese a quien pese, el 8 de marzo yo también haré huelga.
Desde una óptica masculina se puede (se debe) ser profundamente solidario con las reivindicaciones feministas y hacerlas propias. El ejército de miopes voluntarios e interesados desempolvará arcaicos clichés, en buena parte difundidos por la educación judeo-cristiana, pero ignorarán conscientemente que se trata de cuestiones recogidas en la Declaración Universal de Derechos del Hombre (ojo, este “hombre” procede del griego “antropos” -ser humano-, no del “andros” -ser humano masculino-, y que en latín, ambos, pasaron a ser “Homo”); que comienza diciendo “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, es decir, cualquier conducta o legislación que no respete este principio fundamental está viciado de origen. Este es el camino para hacer personas libres iguales, autosuficientes, a las que, por sí mismas, se reconoce el derecho a ejercer todas sus capacidades y potencialidades, porque ser persona no es solo tener derechos civiles (libertades), ni sólo derechos políticos (participación en la res pública), es también tener derechos sociales (económicos, culturales y sociales), en absoluta igualdad, para poder sentir que formamos parte activa de una comunidad.
Por eso, con tu permiso o sin él, el 8 de marzo yo también haré huelga.
Porque desde mi óptica masculina; empática, solidaria, convencida, concienciada y feminista; me indignan y rebelan las actitudes de veo a diario de desprecio a más de la mitad de los seres humanos, que disfrazan de no sé qué atavismos que huelen a rancio, lo que no es otra cosa que una defensa babeante del mantenimiento de estructuras de poder que se niegan a compartir, que sojuzgan a las mujeres, lisa y llanamente, porque necesitan “sirvientas” en todos los ámbitos sociales y que se revuelven como alimañas enfurecidas cuando ven peligrar su estatus privilegiado, denominando “feminazis” o burradas por el estilo a quien, únicamente, defiende su dignidad como ser humano.
Por eso haré huelga el 8 de marzo. Porque me da la gana. Porque me dan las ganas.