Nuestra democracia ha empezado a chochear sin haber alcanzado la madurez.
Almudena Grandes.
GETAFE/Todas las banderas rotas (27/02/2018) – El pasado día 22 se sucedieron una serie de noticias que me produjeron un estado de desasosiego, cabreo y tristeza: el rapero Valtonyc irá más de tres años a prisión por lo que dice en sus canciones; un juez ordena el secuestro de un libro sobre el narcotráfico en Galicia; la obra Presos políticos en la España contemporánea, que estaba expuesta en ARCO, es retirada de la exposición. Anteriormente habían ocurrido otros hechos en la misma línea: hace poco un jienense fue condenado judicialmente y debió pagar una multa por sustituir el rostro de Cristo por el suyo y subirlo a Internet; más atrás en el tiempo, la bloguera Cassandra Vera fue condenada por publicar en la red unos chistes sobre Carrero Blanco; los titiriteros, el drag queen de Las Palmas, “El Intermedio” por el Valle de los Caídos, el colectivo de raperos La Insurgencia, César Strawberry, Pablo Hasel… No hace falta seguir, hay muchos más ejemplos en los últimos tiempos. Quizá por eso, porque llovía sobre mojado, el impacto que me produjeron los hechos del día 22 fue mayor.
Muchos han sido los que han protestado poniendo el acento en lo que estos hechos suponen de ataque contra la libertad de expresión, más concretamente contra la libertad de expresión artística. Tienen razón pero, en mi opinión, el ataque va más allá, se dirige contra la democracia porque, independientemente de la calidad artística de las obras en cuestión y de los artistas perseguidos, una de las funciones del arte es la provocación y, con ella, los artistas echan abajo tabúes, ponen la lupa en lo que a la gente le gusta o le disgusta, le interesa o no, y, en último término, todo ello provoca un debate social que es propio de una sociedad democrática, llegando, incluso, a despertar conciencias; esto es lo que el poder neoliberal no puede tolerar, por eso lo combate y por eso digo que es la democracia lo que está en peligro, más allá del ataque a alguna de las señas características de la misma.
Continuamente el sistema neoliberal que hoy nos gobierna lanza globos sonda, tantea cual es nuestro nivel de aguante, cuanto estamos dispuestos a tolerar los ciudadanos; en la medida en que “perdonemos” un pequeño ataque, en que nos parezca poco importante un abuso, en que pensemos que no merece la pena protestar por algo, “ellos” avanzan un paso más. Si nos rendimos diciendo que no hay remedio, que hagamos lo que hagamos no servirá de nada…, tendremos que recordar aquello que dijo Warren Buffet, uno de los más ricos entre los ricos estadounidenses: “la lucha de clases sigue existiendo, pero es la mía la que va ganando“. Más concretamente, sostengo que nunca se trató de una crisis económica más, sino de un cambio de modelo en lo económico, en lo social y en lo político, un cambio programado por los que tienen poder para hacerlo.
El principal hueso que nos han lanzado para que, cual perritos satisfechos y juguetones, nos distraigamos es el “problema catalán”; muchos se preguntan cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí, como es que, después de tanto tiempo en que se veía venir, no se haya encontrado todavía una solución. Quizá sea, digo yo, porque se han empeñado en que a los españoles nos importe mucho que no se forme gobierno en Cataluña y así nadie preguntará por qué no se está gobernando España: en el primer año de esta legislatura el Congreso sólo ha aprobado 8 leyes y el Gobierno ha impedido que se debatieran 43. También han puesto mucho interés en que todos los días hablemos de los presos preventivos por sedición; cualquier mal pensado dirá que es para que no pensemos en los corruptos, sentenciados o no, que están libres. Por ejemplo, es un sarcasmo, más bien es sangrante, que el mismo día 22 en que ocurrían los hechos con cuya narración he iniciado este artículo, salían de la cárcel con fianzas de 400.000 y 100.000 euros, a los quince días de haber entrado, los condenados por el caso Palau, que lo fueron por apropiarse (no presuntamente, son hechos probados por sentencia judicial) de unos 23 millones de euros.
También nos han lanzado para que juguemos un sonajero, bueno, quiero decir una letra para el himno nacional. Porque, es indudable que todos, absolutamente todos los españoles, sufrimos muchísimo cuando gana el deportista o el equipo español de cualquier deporte y no podemos cantar… Eso es sufrir y no llevar tres años en paro o alumbrarse con velas por no poder pagar la luz. Un ínclito político del PP nos ha intentado convencer de que si Marta Sánchez canta “su” himno en la final de la copa del Rey de fútbol, nos pondríamos a la altura de Estados Unidos, que es como decir que seríamos felices y comeríamos perdices.
No pretendo ser exhaustivo en cuanto a la relación de asuntos que el sistema pone en circulación para que nos fijemos en ellos y, como consecuencia, dejemos de prestar atención en los que atacan y socavan la democracia. Pero no puedo olvidar, dada su importancia, el de la “prisión permanente revisable” que el gobierno, el PP y Ciudadanos se han lanzado a promocionar como si fuera la panacea, la piedra filosofal, el remedio de todos nuestros males. Descartando la bondad de esa medida puesto que los países que la tienen no han reducido la criminalidad; descartando que nuestro Código Penal sea ya uno de los más duros de los países con los que nos comparamos; descartando que la medida afectaría a poquísimos reclusos lo que no creo que vaya a incidir significativamente en el conjunto de la seguridad colectiva… Una vez descartado todo eso nos queda lo importante: lo que se pretende es, saltándose, en mi opinión, la Constitución, ponernos delante de los ojos una falsa defensa de la seguridad ciudadana para que no veamos que nos están queriendo quitar otro pedazo del sistema democrático que, mal o bien, aún tenemos. La enésima cortina de humo.
Quizá es que mientras estemos enormemente preocupados por la posibilidad de que se rompa España, por la desgracia de que nuestro himno nacional no tenga letra, o por la necesidad ineludible de que tres o cuatro criminales estén en la cárcel de por vida, no nos ocuparemos de exigir que el gobierno gobierne y los parlamentarios hagan leyes para solucionar los auténticos problemas: pobreza real en la quinta economía europea; desigualdad a nivel de países tercermundistas; sanidad y educación reducidas, en derechos y calidad, a niveles predemocráticos; decenas de miles de personas dependientes esperando que la ley les llegue antes que la muerte; ancianos en soledad, con una pensión de miseria que no les permite pagarse las medicinas; pérdida de una de las generaciones mejor formadas de nuestra historia, que ha de emigrar para que otros países se aprovechen de su saber y de la inversión que la sociedad española realizó en ella; el desmantelamiento de la ciencia que está viendo cómo los mejores se van también a otros países y necesitará más de una década para recuperarse… Para qué seguir si todos sabemos que hay muchos más problemas de los que deberían ocuparse ellos y cuya solución, si no estuviéramos entretenidos en otras cosas, deberíamos exigir nosotros.
Mientras, los partidos de la oposición política (todos ellos) se miran el ombligo, se quejan, pelean por unas migajas de poder, se echan en cara lo que hacen o no hacen, lo que hicieron en el pasado o dejaron de hacer, centran sus esfuerzos en adelantar al de al lado en la próxima encuesta… Y aún se preguntan cuál será el motivo por el que cada vez más gente les abandona, deja de confiar en ellos…, pero ¿en qué mundo viven? ¿Hacia dónde miran? ¿Cuáles son sus auténticos intereses?
El 15M nos enseñó que había una ventana por la que podríamos salir y echar a volar pero muchos piensan que esa ventana se está cerrando si no se ha cerrado ya; muchos que se entusiasmaron, que pensaron que había llegado la hora de los de abajo, abandonan. También hay muchos que piensan que salir a la calle (antes las mareas de todos los colores, recientemente los pensionistas) ya no sirve, que el poder no hará caso porque sabe que eso es poco más que ejercer el derecho al pataleo. Los hay que dicen que únicamente el voto servirá para cambiar las cosas…
Mi pesimismo antropológico me lleva a pensar que no hay nada que hacer… Pero, por otra parte, no quiero rendirme. Creo que desde abajo hemos de empujar, hemos de seguir saliendo a la calle, cada vez más y hemos de seguir votando, seguros de que el poder (que, como todos sabemos, está más allá de La Moncloa y de la carrera de San Jerónimo) no cederá si no le forzamos, decididos a conseguir que la izquierda, toda la izquierda sin distinción de siglas, de todos los colores, rojos, verdes y morados, se unan olvidando rencillas e intereses de partido para expulsar a la derecha.
Como cantaba mi paisano Labordeta:
”También será posible
Que esa hermosa mañana
Ni tú, ni yo, ni el otro
La lleguemos a ver
Pero habrá que empujarla
Para que pueda ser”.
Porque hemos de pensar, sí, en las próximas elecciones pero considerándolas una etapa del camino más largo con el que debemos comprometernos todos, individuos y partidos: la construcción de una sociedad tal como la queremos la mayoría, justa, solidaria y fraterna donde todos podamos vivir democráticamente en libertad.