GETAFE/Todas las banderas rotas (10/01/2018) – Hace algo más de un año tuve la suerte de hacer un viaje por Grecia. Pude disfrutar mucho con la visión de los lugares donde se gestó la democracia, tan imperfecta entonces como ahora; lugares que cualquier habitante de la vieja Europa puede (y debe) considerar como origen y centro de su cultura: Micenas, Mistra, Olimpia, Delfos, Termópilas… y, sobre todo, Atenas, con la Acrópolis y el Partenón; y con la plaza Sintagma que es hoy el nexo entre aquella antigüedad y esta actualidad nuestras.
También tuve la gran suerte de haber podido conversar con una persona simpatizante de Syriza. Decía que, a pesar de que, en cierto sentido, podían sentirse engañados por Tsipras ya que no había cumplido la mayoría de sus promesas, volvería a votarle porque comprenden (ella y la gente con la que se relaciona) que las presiones externas eran invencibles y que, de no haber cedido a tales presiones, el país habría caído en una situación económica insuperable y caótica que les hubiera llevado fuera del euro y a un estado muchísimo peor que el anterior; y, en último término, decía, mejor lo nuevo que lo viejo.
Estuve posteriormente meditando sobre lo escuchado para llegar a la siguiente reflexión: en mayo de 2010, el entonces presidente Rodríguez Zapatero, hizo en España exactamente lo mismo que Tsipras en Grecia movido por similares razones, es decir, incumplió promesas y adoptó medidas contrarias a su ideario y al de sus votantes en la convicción de que era lo mejor para el país en su conjunto; pero para él no hubo comprensión ni compasión: el PSOE perdió las siguientes elecciones de manera clamorosa y un gran número de españoles, tanto de derechas como de izquierdas, considera, aún hoy, que Zapatero y el PSOE son los principales responsables de nuestra actual situación; no piensan que, además de los indudables errores cometidos por el anterior presidente del Gobierno y el partido al que pertenece, es obligatorio tener en cuenta las actuaciones, que en muchos casos habría que considerar casi criminales, del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, los bancos alemanes o las grandes corporaciones financieras transnacionales que han abocado a las economías nacionales más débiles (Grecia como ejemplo paradigmático) a una dependencia asfixiante.
Tampoco creen, refiriéndonos ya a España, que tenga alguna responsabilidad el PP a pesar de que ha gobernado desde el año 2011 de forma suicida para la gran mayoría de los españoles; que ha convertido la reducción del déficit en el objetivo único a alcanzar aunque ello haya significado salvajes recortes en sanidad, educación y dependencia; que ha elevado la deuda pública desde un 60% a más del 100%; que ha vaciado la llamada “hucha de las pensiones”; que dice que ha rebajado el número de parados pero, realmente, ha elevado a la estratosfera los contratos basura y ha convertido en pobres no sólo a parados que no tienen ningún ingreso, sino incluso a gran número de trabajadores con salarios míseros; que ha colocado a España entre los países con más desigualdad; que ha aprovechado su mayoría absoluta para recortar también en derechos democráticos ya instaurados en los dos gobiernos socialistas anteriores (Ley Mordaza, Ley de Memoria Histórica, Ley de Dependencia…); que ha puesto a la Justicia a su servicio, mediante el secuestro de la Fiscalía General del Estado y del Consejo General del Poder Judicial, a pesar de estar en el banquillo acusado de corrupción…
Es esa una posición sostenida por la derecha y fomentada por la nueva izquierda, la que considera que no hay otra izquierda que ellos mismos; que los que fueron protagonistas de la transición de la dictadura a la democracia son cómplices de la derecha; que, por eso, hay que derribar todo lo construido desde 1978, acabar con lo viejo para, como redivivos Adanes, iniciar una sociedad nueva, sin mancha, sin rastro de lo viejo.
Es cierto que cuarenta años de dictadura dejan huella, que los que hemos vivido bajo el franquismo durante aquellos tiempos oscuros somos partícipes, en mayor o menor grado, de eso que dio en llamarse “franquismo sociológico”. Por otra parte, la derecha, heredera –ella sí- de aquel régimen se ha esforzado en implantar el olvido, ha conseguido que una gran mayoría de españoles piensen que es mejor no hablar del pasado, no rememorar los crímenes, las fosas, las torturas, la miseria. Sostengo que lo que viene pasando en España de unos años a esta parte, eso que la nueva izquierda denuncia como producto, exclusivamente, de la forma en que se hizo la transición, corresponde más bien al modo en que, entre todos, también los que han formado los nuevos partidos, hemos ido construyendo la imperfecta democracia que hoy tenemos. Lo que significa que somos corresponsables los unos y los otros; los viejos, por los errores de ayer, los jóvenes, por su ceguera y mesianismo de hoy.
Se está implantando un nuevo orden social basado en el control absoluto ejercido por el capitalismo internacional, porque, tal como nos recuerda Warren Buffet, uno de los ricos más ricos entre los estadounidenses, “la lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando“. Puesto que esto es así, ¿es la nueva izquierda la única que puede traer a esta maltrecha sociedad en la que vivimos la reversión de ese orden social injusto, represor e insolidario? Lo que yo creo es que, si queremos enfrentarnos a ello desde la izquierda, hay que tener muy claro que no hay una sola y única verdad para analizar los hechos, ni una sola forma de encontrar soluciones a los problemas.
Sé que lo que voy a escribir a continuación no resultará políticamente correcto, que, probablemente, habrá quien piense y diga que debo ser un cascarrabias senil y resentido. Correré el riesgo porque pienso que es un debate que debería abrirse y que quienes tendrían la responsabilidad de hacerlo temen las consecuencias políticas que, personalmente, podrían sufrir.
Desde 2015 sucede en la política española un fenómeno similar al que, desde hace más años, ocurre con la juventud: todo lo que provenga de los jóvenes es bueno per se, cualquier cosa que hagan los jóvenes merece alabanza, nuestra sociedad considera que ser joven es un mérito aunque el joven a quien nos estemos refiriendo no tenga ningún otro… Así, se ha valorado positivamente y se ha dado crédito a los nuevos partidos porque, como los jóvenes, “no traen mochila” y se asume que eso es positivo en sí mismo. Pero una mochila puede estar llena de necedades o carcomida de corrupción; y también puede estar abarrotada de éxitos y de buenas prácticas que han beneficiado a los ciudadanos. Pero lo más común, cuando se ha llevado encima la mochila durante cierto tiempo, es que haya un poco de todo, bueno y malo, éxitos y fracasos. Lo que es seguro es que quien empieza el camino no tiene motivos para presumir de que no se ha corrompido o de que no ha hecho nada mal, porque, simplemente, no ha tenido tiempo de hacer mal pero, tampoco, de hacer nada bien.
No seré yo quien diga que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero recordaré, con Thomas Murner, que hay que tener cuidado de no tirar, junto con el agua sucia del barreño, al niño que está dentro.
Deseo a todos un año en el que sepamos elegir lo bueno y rechazar lo malo, independientemente de que sea viejo o nuevo.
Yol
10 enero, 2018 at 14:44
Me parece que carece de una falta de auto critica brutal. Yo creo que no por ser joven tienes más valor o menos, pero es cierto que en la política española existe una ruptura generacional, precisamente porque los partidos políticos sobre todo por la «segunda generación», gente que le pilló la transición ya de pasada, entendió que la política era para vivir y no para el bien común. De aquellos barros estos lodos. De ahí, cuando comienzan los movimientos juveniles a tomar carrerilla se valora positivamente y se empuja. Estos movimientos vienen marcados porque existían unas condiciones objetivas y subjetivas claras, el futuro, gracias a las distintas reformas universitarias, laborales, sanitarias, etc, no era el que se nos había dicho que íbamos a tener. (Frustración de expectativas)
Ejemplo: Pasamos de que ser mileurista era una mierda, a que a día de hoy ser mileurista es un privilegiado.
Yo soy una defensora de la mochila y de mirar al pasado, para sus aciertos pero también para aprender de los errores. Y sólo hay que ver que desde 1988 (huelga general) la clase obrera en nuestro país ha ido perdiendo derechos mientras estaba obnubilada por la burbuja inmobiliaria y los partidos políticos enredados en el «café para los míos». Y las organizaciones y dirigentes que no estaban en el «café para los míos» eran vilpendiados y ridiculizados y/o purgados como ocurrió con uno de los mejores políticos de este país como es Julio Anguita, que años más tarde podemos decir «Tenía razón».
Y la falacia de «no hay una sola verdad» es postmodernidad pura y dura.
A ver si alguien a día de hoy puede decir con datos que la reforma del articulo 135 de la Constitución ha beneficiado a las trabajadoras y trabajadores de nuestro país. O las reformas laborales del PSOE y del PP.
Decía Lenin «El marxismo es todopoderoso porque es cierto.» y no es cierto porque sea un dogma que rezar diariamente, si no porque es un método de análisis que te da la clave para entender el mundo. Y es tan sencillo como que para quién se gobierna, ante quien y ante qué responden los intereses que representas
jose valentin ramirez
10 enero, 2018 at 13:08
Perfecto!!