GETAFE/La piedra de Sísifo (26/12/2017) – La oscuridad de la noche solo era ensuciada por tenues sombras a la escasa luz del cuarto menguante, muy menguante. La mano de ella apretó la de él con fuerza, con miedo, con desesperación, …, sin esperanza. Él la rodeó con su brazo tembloroso de frío y de pavor.
La humedad esponjaba sus huesos que únicamente mantenían su rigidez por efecto de la congelación. El vaivén de las olas, ahora violento, había vaciado sus estómagos hace días y solo se permitían estirar el escaso contenido de la endeble cantimplora de lata, mojándose los labios y compartiendo esa gota con un beso.
Un dolor intenso, de otra vida con prisa por llegar, iluminó el interior de sus párpados con un flash insoportable. Ella gimió levemente y calló. Notó rodar dos lágrimas por sus mejillas ásperas de salitre y crujir los huesos de la mano de él cuando concentró sus energías, fugaces como la luna entre nubes, en no llamar la atención.
La naturaleza se abrió paso en la estrechez de la lancha de goma. Los compañeros de viaje, sin verlo, sabían qué sucedía y, sin ser vistos, volvían la cabeza para ofrecer un gesto intimidad. El oleaje se acompasó a sus jadeos y un estertor desgarrado sobrecogió la noche cuando sucedió.
Nadie lo supo, nadie lo cantó, nadie lo celebró a lo largo de los siglos. Un despojo de goma gris, teñido de anónima sangre infinitesimal en el Mediterráneo, iba y venía hacia la playa nunca alcanzada. La verdad, el amor, la valentía, el esfuerzo, la prudencia, la inseguridad, el miedo y la nueva vida se habían echado en la mullida arena del fondo marino en busca de un merecido descanso.