GETAFE/Todas las banderas rotas (29/11/2017) – Acabada la segunda Guerra Mundial, tras la caída de los regímenes nazi en Alemania y fascista en Italia y el restablecimiento de las democracias, los totalitarismos de extrema derecha quedaron relegados a tener una presencia residual en las instituciones. Pero en la última década, han regresado más radicalizados si cabe encontrando el apoyo del electorado. Por primera vez desde que se firmaron los tratados que constituyeron la Unión Europea, muchas de estas formaciones ya son parte del Ejecutivo en algunos países. Y, aunque entre ellos hay diferencias que, en ocasiones, pueden ser importantes, tienen similitudes, al menos, en cuanto a su rechazo a la Unión Europea, su oposición al euro, su lucha contra la inmigración, su defensa de la soberanía nacional y un discurso claramente islamófobo.
En Austria, en el año 2000, el Partido de la Libertad, dirigido por Joerg Haider, logra formar un gobierno de coalición. En 2016, este mismo partido, esta vez dirigido por Norbert Hofer, llegó a la primera vuelta de las elecciones aunque, posteriormente, no consiguió vencer.
Las elecciones de 2015 en Grecia, tanto las de enero como las de setiembre, colocaron a Amanecer Dorado en tercera posición.
En la segunda vuelta de las últimas elecciones francesas el Frente Nacional de Marine Le Pen llega al segundo puesto con casi el 34% de los votos.
El partido Alternativa para Alemania, dirigido por Frauke Petry, llegó a situarse en el tercer lugar con un 13% de los votos. Es la primera vez desde el fin de la segunda Guerra Mundial en que un partido de extrema derecha consigue escaños en el parlamento alemán.
En las elecciones holandesas de este año 2017 el holandés Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad, obtuvo el 11% de los votos colocando a su partido en el segundo lugar.
En Hungría, Víktor Orbán gobierna desde parámetros ultranacionalistas y se enfrenta a las instituciones comunitarias negándose a aceptar la política sobre inmigración que considera excesivamente blanda. Y algo similar ocurre en Polonia.
Aunque sin resultados electorales tan notables, también hemos de mencionar a la Liga Norte y Fuerza Nueva en Italia, el Bloque Flamenco en Bélgica, el Partido Popular Danés en Dinamarca, el Partido del Progreso en Noruega, entre otros.
>El movimiento que ha supuesto la campaña por el Brexit en Gran Bretaña, dirigido por líderes y grupos de ultraderecha, y, aunque excepcionalmente salgamos de Europa, la llegada al gobierno de los Estados Unidos de Donald Trump son fenómenos que se añaden a este panorama.
La extrema derecha ganó impulso con la crisis económica de 2008, se fue nutriendo luego del descontento generalizado de la gente con los partidos tradicionales y ha alcanzado ahora sus cotas de máxima popularidad con la mayor crisis migratoria que Europa ha conocido en los últimos tiempos y la consecuente situación de los refugiados.
En un contexto marcado por el agotamiento de los partidos tradicionales, las reiteradas crisis económicas, los niveles de desigualdad que llegan a segmentos cada vez más importantes de la población y un proceso creciente de inmigración, la extrema derecha encuentra su caldo de cultivo. Y la idea de potenciar la soberanía nacional para defenderse de la supuesta invasión extranjera cobra cada día más protagonismo planteando interrogantes sobre el futuro del proyecto comunitario.
Cabría preguntarse cuál puede ser el recorrido, de aquí en adelante, de estos partidos ultraderechistas. Hay expertos que opinan que no alcanzarán un poder significativo porque, a pesar de que comparten, en mayor o menor medida, ciertas cuestiones como digo en el primer párrafo, les separan diferencias importantes que les impiden establecer estrategias comunes. Un buen ejemplo es el del Partido Nacional Británico que destacó en 2008 llegando a conseguir 55 concejales y dos eurodiputados al año siguiente pero que rápidamente desapareció del panorama político. También porque, aparte de sus propias contradicciones e inconsistencias, los partidos de la derecha tradicional pisan su propio terreno respecto a determinados temas (la emigración masiva es el más claro; la respuesta ante el terrorismo islamista, otro) que eran de su exclusivo ideario. Podríamos concluir, por tanto, que, en lo que se refiere a Europa, la ultraderecha ocupa una relativa cuota de poder pero no parece que tenga visos de aumentarla, sobre todo si la situación económica mejora.
En España, dejando aparte el caso de CEDADE, que se convirtió en un referente del pensamiento neonazi a nivel internacional pero que ha desaparecido del panorama, el Partido Popular ha sabido englobar en sus filas a muchos que, de no haber tenido ese refugio, quizá hubieran constituido un partido ultraderechista con alguna fuerza; pero esto no pasa de ser una hipótesis sin posible comprobación hoy por hoy.
Lo cierto es que, desde hace algún tiempo, junto a las diversas versiones de Falange (Falange Española de las JONS, Falange Auténtica, La Falange…) grupos como Vox, Democracia Nacional, Hogar Social, España 2000, Frente Nacional, Movimiento Social Republicano, Combat España y otros, a pesar de sus diferencias ideológicas, unen sus fuerzas, cuando entienden que es positivo para publicitar sus mensajes, y salen unidos a las calles en manifestaciones que se caracterizan por el gran muestrario de banderas y simbología franquista, fascista y nazi. De un tiempo a esta parte el “conflicto catalán” ha supuesto para ellos una oportunidad de oro que, de ninguna forma, podían dejar pasar: la unidad de España fue una de sus ideas fuerza en el pasado y ahora, como un regalo, el independentismo les ha ofrecido argumentos para reivindicarla nuevamente en la calle.
Y hay otras alguna característica que conviene resaltar: el aumento de la frecuencia de esas manifestaciones y la impunidad con que actúan las organizaciones citadas. Si a esto le unimos la violencia que casi siempre distingue las formas de actuar de alguno de esos grupos, estamos ante un problema que está llegando a ser muy relevante.
Sobre la impunidad habría mucho que decir. Porque no se puede admitir, con la Ley en la mano, que, en base a una mal entendida libertad de expresión, tengamos que soportar que desfile por nuestras calles toda la parafernalia franquista sin que haya una respuesta desde las autoridades. Mucho menos puede admitirse que las fuerzas del orden presten su concurso para facilitar sus actividades que son, ni más ni menos, que de homenaje a un dictador que, después de secundar un golpe de estado que provocó una incivil guerra, sometió durante cuarenta años a todo el país mediante la represión, la cárcel y las penas de muerte. Si, además, dejan de perseguirse o se mira para otro lado ante actuaciones claramente delictivas, como cuando emplean la violencia contra las personas, podríamos hablar de supuesta complicidad, lo que sería gravísimo tratándose de autoridades.
No podemos aceptar que el partido que hoy nos gobierna a pesar de estar acusado de corrupción, dé cobertura a esos grupos de ultraderecha porque electoralmente le interesa, mientras se vanagloria de no destinar un solo euro a sacar de las cunetas y enterrar dignamente a las víctimas de la guerra. Para los que padecimos la posterior dictadura es injusto y vergonzoso; para los que, además, sufrieron cárcel o vieron morir a sus seres más queridos a causa de ella es, también, un insulto imperdonable.