GETAFE/Rincón psicológico (31/10/2017) – El pasado día 29 de octubre se celebró el día mundial del ictus. El término ictus hace referencia a una alteración del flujo sanguíneo que llega al cerebro, provocando así una afectación en el funcionamiento de éste.
Aunque el ictus se asocia habitualmente con la edad adulta, los niños también pueden sufrirlo y esto desde su nacimiento. Tanto en adultos como en población infantil pueden aparecer secuelas que la persona que sufre el ictus podría arrastrar durante toda su vida. Es por tanto importante saber identificar los síntomas, ya que una intervención rápida podría limitar en gran medida las consecuencias. Un dolor de cabeza intenso y de aparición brusca, dificultades en el habla, una debilidad muscular repentina, un trastorno en la sensibilidad de alguna parte del cuerpo, un trastorno de la visión o una pérdida de equilibrio pueden ser indicadores de ictus. Si en el adulto estos síntomas son cada vez más reconocibles, no ocurre lo mismo en los niños ya que la creencia de que el ictus no es cosa de niños hace que la intervención sea más tardía y por tanto riesgo de secuelas aumente considerablemente.
Si en el caso de los adultos se considera que el consumo de alcohol, tabaco y/o drogas, la hipertensión arterial, la presencia de niveles altos de colesterol en sangre, la diabetes, la obesidad, tomar una dieta rica en sal y grasas y llevar una vida sedentaria, suponen los principales factores de riesgo de sufrir un ictus; en el caso de los niños las causas son muy diferentes y no siempre se pueden prevenir, como en el caso de los adultos. Así, en la población infantil, los factores de riesgo más frecuentes son los defectos cerebrales congénitos, las infecciones (como por ejemplo la meningitis o la encefalitis), los traumatismos o las afectaciones de los vasos sanguíneos.
Se estima que aproximadamente 6 de cada 100.000 menores de 15 años sufren un ictus cada año, siendo más frecuentes en menores de 2 años. Aunque esta cifra pueda parecer pequeña, el número de casos es bastante significativo y constituye una de las 10 primeras causas de mortalidad infantil.
Se considera que entre el 60 y el 80% de los niños presentará secuelas tras el ictus. Estas podrán variar en función de la zona cerebral afectada. Entre las secuelas más frecuentes se encuentran las alteraciones motoras, los trastornos del lenguaje y otras alteraciones a nivel cognitivo (razonamiento, atención, memoria, etc.), los trastornos emocionales (ansiedad, depresión, baja autoestima…) y comportamentales que tendrán consecuencias a nivel escolar y social.
Aunque las consecuencias de un ictus en los niños pueden ser muy importantes, el hecho de que su cerebro esté todavía en pleno desarrollo y la plasticidad cerebral sea mayor, aumenta las posibilidades de recuperación. Una rehabilitación precoz y adaptada a las necesidades de cada niño parece, por tanto, imprescindible.
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