GETAFE/Rincón psicológico (18/10/2017) – La dispraxia sigue siendo hoy en día un trastorno muy desconocido a pesar de las numerosas consecuencias que tiene para el niño, tanto en el ámbito escolar como en las actividades de la vida cotidiana.
Para entender que es una dispraxia, antes debemos saber que una praxia. Este término hace referencia a un gesto que ha sido aprendido y que resulta de una coordinación motora voluntaria. Una vez que ha sido aprendido, parece definitivamente espontáneo y se convierte en automático necesitando poco control atencional, es decir su realización no requiere un esfuerzo.
La dispraxia es, por tanto, un trastorno que impide la planificación, la coordinación y la realización de un gesto. El niño con dispraxia no adquiere estos automatismos y debe reaprenderlos constantemente a pesar de un entrenamiento intensivo. Es como si se realizara el gesto por primera vez.
Hasta el momento se desconoce la causa principal de la dispraxia, aunque ésta podría estar relacionada con una lesión cerebral precoz como consecuencia de una inmadurez neuronal o por una anoxia (falta de oxígeno) en el momento del parto.
Así, algunos de los factores de riesgo que se han venido asociando a la dispraxia son:
La dispraxia se caracteriza por una importante “torpeza”: el niño con dispraxia suele ser lento en todas las tareas que realiza, se cae a menudo, se choca, se le caen las cosas, etc. En las actividades de la vida cotidiana tiene dificultades para vestirse (se pone la ropa al revés…), en las comidas (dificultad para utilizar correctamente los cubiertos, servirse agua, abrir la tapa del yogur…). Los padres, suelen comentar las dificultades de su hijo para realizar juegos de construcción, montar en bicicleta, jugar al balón, patinar, etc.
Dentro del ámbito escolar encontramos también varios signos de alerta : Entre los 5 y 6 años, es frecuente observar un retraso en el grafismo , no presentando dificultades en el área verbal. Entre los 6 y los 9 años se observa una disgrafía, dificultades en ortografía y en matemáticas y en ocasiones pueden manifestarse dificultades de orden psicológico como baja autoestima o ansiedad cuando debe enfrentarse a tareas escritas.
Entre los 9 y los 11 años es frecuente observar como estas dificultades se agravan considerablemente y pueden llevar al niño a una situación de fracaso escolar, si no se tienen en cuenta y no son tratadas.
El desconocimiento que se tiene de la dispraxia, hace que estos signos puedan pasar completamente desapercibidos e interpretados equivocadamente y considerar al niño como inmaduro, que no quiere trabajar o que presenta un retraso psicomotor global. Sin embargo, al igual que en otros trastornos del desarrollo, el diagnostico precoz es imprescindible para poner en marcha un plan terapéutico y limitar las consecuencias a nivel escolar.
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