GETAFE/La voz de la experiencia (21/07/2017) – El otro día me encontré ante una conversación, que mantenía mi amigo Antonio con otro paisano. Se quejaban amargamente de la gente que en estas fechas veraniegas viajan por libre con sus coches, caravanas o simplemente con sus mochilas y sacos, y comentaba el paisano:
-Acampan en cualquier sitio, sean plazas, parques o un banco del paseo, fíjate que he pasado unos días en un pueblo gallego, y aparcaban sus caravanas y coches frente al paseo marítimo, y allí dormían y vivían, y por las mañanas se aseaban en las duchas de la playa.
Siguió el paisano dando mil y una razón, por las que estos jóvenes, alguno incluso con niños, hacen “un uso abusivo” de los espacios públicos, playas, duchas y fuentes. Finalmente, mi amigo Antonio y yo nos fuimos, como de costumbre, a tomarnos nuestro vinito al bar de Salvi, que nos trata estupendamente con sus tapas de torreznos, migas con sardinas y uvas, y en ocasiones especiales “tiznao”, amén de las habituales de queso o jamón… Pero volviendo a lo que hoy me interesa, y una vez que Salvi nos puso nuestros vinos, provoqué a mi amigo, para que recordara nuestras vacaciones por los Pirineos, y como siempre no falla, mi amigo Antonio se emociona cuando recuerda aquellos años que, Prudencio, él y yo, pasábamos una o dos semanas pateando los Pirineos, sobre todo los aragoneses. Éramos adictos a senderos, picos, valles y arroyuelos, qué tiempos y qué buenos recuerdos después de 50 años.
-Jo… Luis, ¿te acuerdas cuando montábamos la tienda allá donde se nos hacía de noche?.
-Sí, cómo no. ¡Cuánto gozamos!
-Y aquella mañana que Prudencio fue a lavarse al arroyo y volvió con todos los pelos con chupones de hielo… o la madrugada que nos despertó un guarda porque teníamos montada la tienda en el recinto de los Baños de Panticosa.
-Bueno, es que nos pilló la noche y no encontrábamos otro sitio llano por allí para montarla.
-Antonio, tú sabes que sobre todo el primer año que desconocíamos el terreno, montábamos la tienda en cualquier sitio… como la noche que acampamos junto a un río, entre dos montañas cerca de Plan, en Huesca, con la enorme tormenta que se formó.
-Sí, ese día lo hicimos francamente mal, porque algunas de las piedras que rodaron de la montaña, les faltó poco para llegar a la tienda… pero para susto la noche que nos tiró la tienda una vaca, y hubo que montarla de nuevo casi a oscuras… aunque ninguno, como el de la madrugada que nos despertaron los gendarmes franceses ¡que no teníamos ni idea de que nos encontrábamos en Francia, y sin pasaportes!
-Demasiado poco nos pasó, porque tú, Antonio, camino que tomabas, siempre querías llegar al final, y ya en dos ocasiones, nos costó Dios y ayuda, para poder darle la vuelta a tu cochecillo.
-Sí, pero gracias a mi atrevimiento, conocimos cosas y rincones maravillosos.
-Lo que trato de hacerte notar, no es lo estupendo de nuestros viajes, que lo fue, sino que también nosotros tuvimos comportamientos, como mínimo, raros y atrevidos, que si los comparas con los de los jóvenes de hoy, no difieren tanto, y considero algo exagerado que critiquéis a los de las caravanas, los coches cama o los mochileros.
-Hombre visto así… aunque esas cosas solo nos pasaban al principio, los siguientes años, sabes que hablábamos con las gentes de los pueblos y siempre nos dejaban montar la tienda en algún prado o cerca.
-Sea como fuere, estamos de acuerdo que hay que ser un poco más comprensivos con los que viajan en plan humilde y con pocos recursos económicos, que más quisieran muchos de ellos, poder alojarse en grandes hoteles y comer en buenos restaurantes, en lugar del salchichón, el queso y la latilla de sardinas. Pero con toda sinceridad Antonio, quién pillara aquellos veinti y pocos años. Quién te ha visto y quién te ve.