GETAFE/El rincón del lector (17/07/2017) – Como siempre, al comentar un Pleno, hay bastantes cosas de las que hablar. En esta ocasión, me centraré en algunas actuaciones del grupo municipal del PP que, a mi modo de ver, lo merecen.
La primera cuestión se refiere, perdónenme por la reiteración que para algunos puede resultar, incluso, pesadez, al comportamiento del portavoz del grupo, el señor Soler, que, por si algún lector todavía no lo sabe, recordaré que es también diputado en la Asamblea de Madrid y senador. Es posible que tanta acumulación de cargos le obligue, mientras asiste al Pleno, a atender otros muchos asuntos; esa debe ser la razón por la que, cada poco rato, sale de la sala y está fuera de ella durante quince o veinte minutos cada vez lo que, en esta sesión, supuso, aproximadamente, un tercio del tiempo que duró.
La consecuencia de dedicar todo ese tiempo a asuntos ajenos a los que se están tratando en el Pleno es una falta de atención a los temas que deberían ocuparle. Y esa falta de atención se traduce en una situación curiosa (y utilizo este término en lugar de cualquier otro más apropiado pero más duro, en pro de mantener la buena educación): nadie me lo ha contado, con mis propios ojos pude ver cómo, al menos en tres ocasiones (no sé si hubo más pero, dadas las circunstancias, entra dentro de lo posible), el señor Soler, momentos antes de emitir su voto a favor o en contra de las proposiciones que se discutían, hubo de consultar al concejal de su grupo que tenía al lado para saber lo que debía decir, quedando en evidencia que, probablemente, no se había leído siquiera el orden del día.
Muchas veces he escrito en este medio sobre la falta de respeto que los concejales del PP pero, especialmente, el señor Soler tienen hacia los concejales de uno u otro grupo que forman la Corporación, hacia los ciudadanos todos y hacia la institución a la que pertenecen. Pero lo que acabo de relatar creo que supera cualquier situación imaginable. Algo así, que se repite un Pleno tras otro, en mi opinión, no solo denigra a quien lo hace sino también a quien lo permite o apoya; por eso entiendo que deberían ser sus propios compañeros concejales y de partido y, en última instancia, los dirigentes del mismo (en este caso, la señora Cifuentes, presidenta de la Comunidad y del PP de Madrid) quienes deberían exigirle que abandonara un cargo que, no solo no atiende con la debida dedicación, sino que, como queda expuesto, no utiliza para servir a los habitantes de nuestra ciudad sino para faltarles al respeto. De nuevo demostró, como tantas otras veces, lo poco que le importa Getafe y sus gentes.
Y, a mi pesar, debo seguir hablando del señor Soler. Porque, y aquí viene la justificación de la apostilla del título, se produjo la novedad a la que en él me refiero: el señor Soler intervino para fijar la posición de su grupo, cosa que, a pesar de ser su portavoz, no suele ser frecuente. Y lo hizo como únicamente sabe hacerlo: faltándonos de nuevo al respeto a todos los presentes intentando darnos una lección de historia, repitiendo tópicos a los que la derecha nos tiene acostumbrados, reinterpretando los hechos históricos, haciendo puro revisionismo de lo que realmente fue la II República, la guerra y los años anteriores y posteriores a éstas. Eso sí, hay que reconocer que añadió de su cosecha alguna sorprendente perla, como el reconocimiento de algún aspecto positivo en las realizaciones de los gobiernos republicanos, así como su identificación con determinadas posiciones del socialista Largo Caballero, “a pesar de no ser santo de su devoción”. ¡Lo que han de hacer algunos para intentar que olvidemos sus pecados!
Señor Soler: si no se va, que es lo que debería hacer, por favor, no intente adoctrinarnos, no nos trate como a niños a los que hay que explicarles cuál es la verdad (la auténtica, no la que está en los libros) para encarrilarles por el buen camino, entienda que ya podemos pensar por nuestra cuenta porque ya somos mayorcitos. Y ya le dejo que siga descansando.
Finalizaré ocupándome de una intervención del señor Mesa. Con su verbo característico, mezcla de suficiencia, chulería y lo que él debe pensar que es humor, intentó convencernos de que la sanidad pública madrileña mantiene actualmente una calidad inconmensurable. Siguiendo aquella máxima del periodismo amarillo que dice que no debes permitir que la realidad te estropee un buen titular, dio datos absolutamente falsos, olvidó la situación de las listas de espera y de las urgencias, no mencionó las carencias enormes que tienen los hospitales y los centros de salud madrileños, pasó por alto la precariedad de las plantillas de profesionales sanitarios y no sanitarios, producto todo ello de los recortes decretados por el gobierno del PP que, al mismo tiempo, dedicaba recursos legislativos y económicos a beneficiar a la sanidad privada. Y, para colmo, tuvo la desfachatez de decir que el personal sanitario estaba muy contento y satisfecho y corroboraba lo que él decía. Además, atribuyó al consejero de Sanidad, sí, a ese mismo que recomienda que los niños combatan el calor en las aulas doblando papelitos para hacer abanicos, el gran éxito de la sanidad pública madrileña ocultando la auténtica verdad: que la sanidad pública madrileña, al igual que la del resto de España, se mantiene precariamente pero con muchísima dignidad, tanto en los hospitales como en los centros de salud, gracias exclusivamente al enorme esfuerzo del personal que en ellos trabaja intentando superar las dificultades enormes que la Consejería y el consejero que la dirige les impone.
Y así llegamos al verano. Que cada cual procure coger fuerzas y se encomiende a quien mejor le parezca, según sea creyente o no, porque cuando llegue septiembre intuyo que, tanto en Getafe como en el resto del país, el ambiente político va a estar movidito.