GETAFE/La piedra de Sísifo (13/06/2017) – Algo ha sucedido este año, no sabría precisar qué, pero he tenido una sensación de extrañeza que no conocía hasta ahora en el marco de las fiestas de mi pueblo (porque Getafe, a pesar de ser una “gran ciudad”, siempre ha sido, es y será mi pueblo). El caso es que teniendo el recinto ferial tan cerca de casa que veo los “cachivaches” desde la ventana y, con viento favorable, oigo hasta los carraspeos de los cantantes en el escenario; no terminé de animarme a bajar a tomar algo, saludar a los amigos y, si se terciase, perpetrar algún bailecito con esa torpeza con que la naturaleza me ha obsequiado generosamente.
La primera reacción, como haría cualquiera, fue buscar una explicación en el exterior: en el ambiente de la ciudad, ciertamente enrarecido; en presencias indeseadas o ausencias añoradas; en un cartel festivo manifiestamente mejorable; en la desagradable certeza de encontrarse en medio de un campo de batalla virtual donde, sobre tu cabeza, se cruzan flechas y cuchillos voladores buscando carne ajena; en inconsciente solidaridad, quizá, con veintitantas familias y cientos de sindicalistas al borde del precipicio; en el calor; en la lluvia; en que hay mucho ruido o el humo a grasaza, impregnado en la ropa, hace que te sigan todos los perros del barrio. No sé, viéndolo en conjunto, apesta a excusas de niño de primaria.
La introspección fue el siguiente paso: Los años van pesando y pasando factura, el cansancio acumulado de un curso que se va haciendo largo, el cerebro que pide oxígeno para recargarse, en acontecimientos del último año que hay que terminar de digerir, en acontecimientos que se prevén para el próximo año para los que hay que prepararse, una sobredosis de hastío cargado de molicie envuelta en vagancia que rezuma desinterés, … Da lo mismo, el resultado no varía y la explicación tampoco convencería al público más ingenuo.
Llegados a este punto, es cuando el lector levanta brevemente los ojos del texto y piensa (o dice) “y a mí que me importa”. No te falta razón, amigo (o no), pero nadie me puso como condición que estos artículos deban interesar a todo el mundo. Es conveniente, sí, pero en alguna ocasión el contador interno busca un reseteo y empezar desde cero. No pasa nada, puede obedecer a un punto necesario de catarsis para retomar el camino de siempre con energías renovadas.
Eso sí, la imagen que no puedo apartar de mis ojos es la de la Policía Local, junto al recinto ferial, llevándose detenido en su furgoneta, un peligroso comando de globos llenos de helio, con los rostros patibularios de personajes de dibujos animados, atados con su reglamentario cordel y que, repetidamente, por cada uno que entraba en el habitáculo, se escapaban dos por los laterales. Fue épico, palabra.