GETAFE/La piedra de Sísifo (27/06/2017) – “No encuentras un camión en una cabina de teléfonos”, le decía constantemente su pareja y era verdad, Ricardo llevaba veinte minutos revolviéndolo todo: el armario, el montón de la ropa para planchar, el montón de la ropa sucia, el zapatero, había mirado hasta en la nevera y la maldita o bendita, mira tú, camiseta del Getafe seguía sin aparecer. Fue la que se puso hace trece años para el famoso partido en Tenerife y, desde entonces, el Geta nunca había palmado si él la llevaba puesta. Hizo memoria de la última vez que se la enfundó, hacía ya más de tres meses y, por deducción, volvió a mirar en el estante de las camisetas pero más en profundidad. Ahí estaba, un poco arrugada y pegada al fondo por las que se habían ido colocando después a toda prisa, pero daba igual, acudiría al Coliseum con su talismán azulón. Había quedado en esperar a su pareja hasta las siete y media porque, como manda la Ley de Murphy, le tocaba trabajar un sábado por la tarde de cada ocho y hoy era el día. Le había pedido permiso a la encargada de la tienda y ella, muy digna, le había contestado que ya vería, que dependía de la gente que se moviera a esa hora, que según estuviera de humor…, y un montón más de vaguedades subjetivas; le había dicho a Ricardo que, si la las siete y media no había llegado a casa, se fuera para el campo que ya intentaría llegar en cuanto le fuera posible.
Lourdes sí tenía claro que iba a ir sola a ver al Geta, bueno, no; iría acompañada pero acudiría sola al estadio. Su pareja, como la de Ricardo, también trabajaba ese sábado por la tarde pero, a diferencia de esta, ese sábado y todos los demás; desde que se casaron y sin motivo aparente, le cambiaron el turno y le tocaba conducir su convoy de Metrosur entre las cuatro de la tarde y las once de la noche de cada sábado. Se habían acostumbrado y tampoco era tan malo, el truco estaba en ordenar la vida de otra manera y, como en este caso, ella esperaba el tren adecuado, se montaba en el primer vagón y, a través de la ventanilla de la cabina, se hacían compañía mutuamente las estaciones que hiciera falta; es más, algún día, había dado toda la vuelta a la línea 12 sin darse apenas cuenta.
A las siete y veinte Ricardo ya tenía desgastada la esfera del reloj de tanto mirarla y, por sorpresa, sonó la puerta. Se asomó al pasillo para comprobar quién era pensando: “Menuda tontería, si viene con llaves solo puede ser Alfonso”, y así era. La encargada estaba de buen rollo, habían hecho una buena primera hora de la tarde con dos autocares de japoneses dispuestos a comprarlo todo y ya no quedaba apenas gente en la tienda. Entró corriendo, se cambió de camiseta y, tras el preceptivo paso por el baño, salieron en dirección a Getafe-Central para coger el metro hasta Los Espartales, picar algo en El Tío Eulogio y llegar al campo con la tripa llena. Al llegar al semáforo que regula el paso de peatones en el Paseo de la Estación, instintivamente, cruzaron de la mano por la versión arco iris pintada en el suelo. Casi se tropiezan con una muchacha que hizo el mismo recorrido, también con una camiseta azulona pero, en este caso, de esta misma temporada. Bajaron las escaleras mecánicas nerviosos como un niño camino del Parque de Atracciones y, ya en el andén, vieron que les quedaba menos de un minuto para la llegada del tres. Buen presagio, pensaron.
Subieron al primer vagón y la chica del paso de peatones se adelantó para acariciar suavemente el cristal de la puerta de la cabina con la yema de los dedos, donde apareció otra mano de similares dimensiones, cariño e intenciones. Ricardo y Alfonso miraban como Lourdes y Mari Carmen tenían sus propios códigos para viajar solas en mutua compañía.
Al llegar a Los Espartales, ya en el andén, Alfonso se dirigió a una Lourdes con un punto de tristeza en la mirada: “Tómate algo con nosotros antes del partido, que te has quedado un poco mustia”. Ella sonrió tímidamente a los chicos y asintió con la cabeza camino de la escalera mecánica.
Getafe tiene orgullo. Un orgullo de todos los colores: Orgullo Rojo durante los últimos años del Franquismo, Orgullo Azulón de un equipo de nuevo a la altura de la ciudad, de primera y Orgullo Arco Iris, como símbolo de la tolerancia, apertura de miras, respeto a todo el mundo y solidaridad que han sido, son y serán nuestra seña de identidad.
Me siento orgulloso de mi ciudad, me siento orgulloso de sus habitantes.