GETAFE/El rincón del lector (08/03/2017) – Un dicho africano reza que, “si los leones contaran la historia, los cazadores de los safaris no aparecerían como héroes”. ¿Qué habría sucedido si las mujeres hubieran escrito la Historia? Que todo sería muy distinto.
Somos “hijos” de determinados atavismos que se han ido fraguando a los largo de los siglos y, en nuestra sociedad, están muy emparentados por los juegos de dominio y poder que hay detrás de todas las religiones en general y, en el Cristianismo en particular, del desprecio a la mujer y su relegación a espacios de servidumbre. La primacía del varón ha venido motivada por su incomprensión a los códigos de conducta, infinitamente menos violenta y más taimada, empleados por la mujer y en una respuesta basada en la superioridad física del macho para minimizar su escandaloso complejo de inferioridad cuando se trataba de ejercer de homo sapiens sapiens. Además, aun siendo fundamental para la supervivencia de la sociedad, la maternidad y el cuidado de la prole condenaron a la mujer a permanecer fuera de los círculos del poder.
Durante cientos de años, educación judeo-cristiana mediante, se ha considerado normal, incluso necesario, que el hombre someta a la mujer por la fuerza: Él tenía que procurar el sustento familiar fuera de casa y no podía distraerse con menudencias domésticas y perturbaran su valiosa atención y, menos aún, permitir que una histérica le calentara la cabeza con problemas según entraba por la puerta; un gruñido, un grito o, si no obedecía, unos golpes lograban el efecto necesario para vivir en un remanso de paz.
La segunda mitad del siglo XX, propiciada por las labores de retaguardia desarrolladas en la Segunda Guerra Mundial, abrieron poco a poco las puertas de la mujer al mundo laboral y, como consecuencia, a la independencia económica; algo muy temido por el macho dominante que perdía un baluarte básico en su estrategia de dominación: “Yo, que gano el dinero, mando y tú, que solo gastas, obedeces”. La popularización de los anticonceptivos, desde la década de los 60, volatilizó la pesada losa de la maternidad que llevaba asfixiando los deseos de libertad femeninos durante siglos y, solo era cuestión de tiempo, los movimientos feministas recogieron banderas aisladas que habían ido logrando derechos tras muchos años de lucha (las sufragistas serían un buen ejemplo), las aunaron en un único movimiento y se dieron a conocer al mundo. La Revolución de las Mujeres se puso en marcha y no parará hasta que no logre un mundo de igualdad real en todos los aspectos.
El siglo XXI se presenta lleno de paradojas en este aspecto: En el ámbito legislativo (en nuestra sociedad, no en otras) existe una igualdad formal que sitúa a la mujer en el mismo plano que el hombre, en la realidad cotidiana no, todavía queda mucho camino:
En lo doméstico quedan hombres (y mujeres) que consideran las tareas de la casa como territorio exclusivamente femenino (aunque la mujer trabaje fuera las mismas o más horas que el hombre) e, incluso, algunos consideran “afortunada” a su pareja porque tengan a bien ayudar realizando alguna tarea menor. No, amigos, ese no es el criterio, el bienestar de ambos pasa por un reparto al 50%, lo demás son excusas pobres.
No voy a dedicar demasiado tiempo a hablar de la violencia hacia las mujeres: Son Terroristas. Usan tácticas terroristas, tratan de aterrorizar a sus víctimas para que cumplan sus caprichos y, si no lo hacen, recurren al castigo físico o la muerte. A largo plazo, terminar con esta lacra pasa por una educación en condiciones de igualdad real en todas las fases de la vida pero, a corto plazo, un sistema eficaz y dotado de recursos suficientes para ayudar a las víctimas y la aplicación de la Ley Antiterrorista a sus verdugos minimizaría sus efectos. Creo, además, que los medios de comunicación no aciertan en el tratamiento: Cada vez que al dar la noticia de un asesinato machista, dan detalles sobre el modus operandi y otros datos prescindibles, dan ideas al violento de turno al que le viene rondando su vacía cabeza, hace tiempo, perpetrar una salvajada. Dos sugerencias: 1º, honrar a la víctima sin recrearse en detalles y dar el nombre y los datos del agresor para avergonzarle (ya veríamos como encajarlo en el respeto a la presunción de inocencia) y 2º, una vez condenado a la pena de prisión que le corresponda, internarlo en una cárcel de mujeres.
La situación laboral, aunque ha mejorado en los últimos 50 años, dista mucho de ser la ideal. Lo más importante es la aplicación de un criterio palmario: A igual trabajo, igual salario y, por supuesto, mismas posibilidades de acceso a todos los puestos. La eliminación brutal de derechos que ha supuesto la maldita Reforma Laboral, ha atrasado 30 años el calendario de avances logrados por la mujer a base de lucha permanente, hasta tal punto que, solo con estar en edad de ser madre, estigmatiza a la mujer y la condena a no acceder a puestos que merezca por méritos o capacidad. Debemos recuperar lo desandado y seguir hacia delante.
Queda mucho por avanzar pero, mirando atrás y viendo todo el camino recorrido, hay esperanzas de poderlo conseguir en plazo breve de tiempo. Lo que nos hace distintos y mejor dotados es lo que tenemos dentro de la cabeza, no de cintura para abajo.
Si la historia la hubieran escrito las mujeres, estoy convencido que los hombres no habríamos sufrido tanto como ellas lo han hecho hasta hoy, es más, creo que el mundo sería hoy un lugar mejor.
Angélica
9 marzo, 2017 at 9:57
Gracias por ponerlo tan clarito. Se agradece que sea un hombre quien lo diga.