OPINIÓN/El rincón del lector (07/03/2017) – En breve, volveremos a ¿celebrar? el Día Mundial de la Mujer.
Como todos los años, escucharemos voces, más o menos acertadas y expertas, hablando sobre la igualdad, sobre la falta de protección en materia de violencia de género o en la lucha por la desigualdad en el trabajo.
Al final, pasa el día y volvemos a lo que, desgraciadamente se ha vuelto cotidiano, mujeres asesinadas por descerebrados, mujeres que deben optar entre su profesión y su vida doméstica, mujeres que no pueden conciliar su vida laboral con la familiar, mujeres que cargan con familiares dependientes, gritos en campos de fútbol vergonzantes, mujeres que tienen que trabajar más jornadas para cobrar lo mismo que el hombre, etc. Es imprescindible y de máxima urgencia una inmediata puesta en marcha de medidas que den paso a una real y efectiva puesta en valor de la mujer, de su reconocimiento en nuestra sociedad. Su papel es, siempre lo ha sido, fundamental para el desarrollo de la misma, de igual a igual, sin desventajas absurdas ni menosprecios que en ocasiones, demasiadas, les llega a costar la vida.
Llama poderosamente la atención la involución que se está produciendo en la sociedad, en los más jóvenes; cada vez son más los casos de violencia de género y su percepción del problema pasa por una relajación preocupante, según los últimos datos del Ministerio de Igualdad. En edades muy tempranas comienzan sus maniobras de acecho y control de personalidad, prohibiendo a la chica vestirse con ciertas ropas, controlando su móvil, apartándola de sus amistades, etc., resultando así una agresión, un acoso que puede dejar graves secuelas a quien lo padece.
Es imprescindible una labor educativa y preventiva, cuanto más temprano, mayor será su eficacia. Conocer estas actitudes y trabajar sobre ellas, prevendrá, a buen seguro, que en unos años tengamos un potencial mal tratador en la sociedad.
No solo se debe tratar esta lacra judicial o policialmente, la tarea educativa es básica. Es de sobra conocido que la personalidad se desarrolla en edades muy tempranas y esta será el resultado del temperamento y las acciones educativas que reciba de los adultos (padres, profesores, hermanos, abuelos), y de las relaciones que establezca.
El tránsito de la infancia a la adolescencia no es fácil. La sociedad le exige cada vez más habilidades sociales, más destreza física e intelectual y una mayor adaptación a los cambios que tiene que afrontar solo. Si durante toda la infancia la educación que le han proporcionado familia y escuela no ha ido encaminada a fomentar estas habilidades el adolescente puede tener problemas de adaptación importantes.
El final de la adolescencia, a los 16 y 17 años, se es más adulto que niño, actúa con más seguridad (aparente o real) y se es capaz de elegir cosas importantes. Su personalidad está prácticamente formada, el adulto va a ser lo que se haya fraguado en esta última etapa de la adolescencia. A nivel de relaciones sociales es más selectivo y a la vez más extrovertido, necesita menos del grupo y puede empezar las relaciones de pareja, generalmente inestables. Son estos los momento donde hay que extremar la vigilancia, asegurar que su forma de relacionarse con los demás, está regida por un principio de respeto, igualdad y libertad, tanto con su entorno como con los más cercanos, incluyendo, claro está, si conforma una relación de pareja.
La sociedad no pude ni debe obviar este problema, sino al contrario, debe poner los medios necesarios para que nuestros jóvenes convivan en armonía, y que la igualdad de género, cada vez más, sea algo real, palpable. Así logremos en todos los ámbitos de la vida cotidiana una mejor o más fluida relación entre mujeres y hombres, no solo depende de la genética, también depende del entorno y de la educación recibida.
Pongámonos manos a la obra y que los jóvenes de hoy, sean los hombres y mujeres respetuosos que toda sociedad moderna necesita.