OPINIÓN/La piedra de Sísifo (07/02/2017) – Revolución:
Del lat. tardío revolutio, -ōnis.
1. f. Acción y efecto de revolver o revolverse.
2. f. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.
3. f. Levantamiento o sublevación popular.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
Cualquiera de las cuatro primeras acepciones que contempla la Real Academia para definir “Revolución” tiene cabida en el monumental jaleo que se avecina.
Contextualizando, que es gerundio:
Los primeros ayuntamientos de la etapa democrática proceden de las elecciones municipales celebradas el 3 de abril de 1979 pero “entre, ponte bien y estate quieta…” no empezaron a funcionar a pleno rendimiento hasta la segunda mitad de su mandato. Había muchísimas cosas por hacer, todo era urgente e importante, las expectativas estaban en todo lo alto y no se debía ni podía defraudar al “pueblo”. Las plantillas de funcionarios eran muy reducidas, cuando no testimoniales, y no podían dar abasto con el ingente volumen de trabajo que se les venía encima, de modo que concluyeron que, lo primero que debían hacer, era contratar personal para poder cubrir con garantías esa demanda de tareas.
Las diferentes convocatorias de plazas se sucedían vertiginosamente y fueron cubiertas por hombres y mujeres que se movían en el rango de edad de 20-30 años, aunque la mayoría se acercaba a la treintena. A este hecho indiscutible le añadiremos otro: los treinta y muchos años transcurridos desde entonces, sumados a la edad de incorporación, suponen una catarata de jubilaciones que, con carácter inmediato, se empezarán a producir. Y, si esto fuera poco, lo aderezamos con una “tasa de reposición” del 50% contemplada en los prorrogados Presupuestos Generales del Estado (PGE) de 2016.
¿Qué resultado nos vamos a encontrar? Si entre el primer y el segundo mandato democrático, un ayuntamiento como el de Getafe contrató, entre plantilla directa e indirecta, a cerca de 1.000 y 2.000 personas para cubrir los nuevos servicios y sus sucesivas ampliaciones, a la vuelta de 5 años, si no cambia el criterio de la “tasa de reposición”, su plantilla se verá “adelgazada” en una cifra que oscilará entre 500 y 1.000 y eso no hay ciudad que lo soporte.
Descendamos un peldaño más hacia el desastre: Las administraciones locales llevan alrededor de 25 años esperando lo que se dio en llamar la “segunda descentralización” que consistía en destinar, del total de dinero consignado en los PGE, un 33% al Estado, un 33% a las comunidades autónomas y un 33% a los ayuntamientos (sustituyendo el anacronismo de las Diputaciones por estructuras ad hoc como mancomunidades o redes supramunicipales). Mientras esto no sucede la autonomía económica municipal es rehén de su “proveedor” económico, la Comunidad Autónoma, en un porcentaje inferior el Estado y, cómo no, de determinadas veleidades políticas condicionadas por filias, fobias y afinidades o no. Sin esa autonomía económica, las única salida viable para resolver el déficit de mano de obra directa que sucederá es la que muchos nos tememos:
El ministro Montoro, otra cosa no sé pero contar sí que sabe, aunque sea con los dedos. A nadie se le escapa tampoco, el afán privatizador que lleva el PP impreso en su ADN. ¿Está secretamente previsto, desde el Gobierno central, cubrir las carencias de personal que se producirán en los ayuntamientos españoles (ya han empezado), mediante la vía del capítulo 2 de los presupuestos municipales? ¿Es esa la causa de la, lenta pero imparable, proliferación de empresas de servicios que a diario se constituyen y del súbito interés de grandes empresas? Siempre argumentarán que este cambio de paradigma se producirá a “coste cero” para el bolsillo ciudadano pero es otra falacia más, será a costa de cientos de miles de empleos de calidad, con la consiguiente merma de las imprescindibles cotizaciones a la Tesorería de la Seguridad Social, ahora que se acerca la jubilación de quienes fuimos parte del “baby boom” de los años 60 (pero eso es otra historia, más inquietante aún, pero otra).
Desconocemos aún, cuál o cuáles de las cuatro acepciones del término revolución serán de aplicación en este caso pero, de lo que estoy seguro, es que revolución habrá.