OPINIÓN/Palabra de concejal (10/10/2016) – Hace unos días se rendía en Getafe un homenaje a los hombres y mujeres que dieron lugar a la formación del sindicato de las comisiones obreras en Getafe.
No pude asistir a ese acto de reconocimiento, de respeto a quienes con coraje, con audacia, con mucha valentía y, sobre todo, con mucha rebeldía sembraron las semillas de nuestra democracia. Hombres y mujeres que mayoritariamente carecían de titulaciones académicas pero que adquirieron, por aquellas enseñanzas que da la vida, una cultura política comprometida con la defensa de la clase trabajadora.
A raíz de los dos últimos periodos electorales, se han suscitado en las redes sociales acalorados debates sobre los votos de las personas mayores, sobre el voto de las zonas rurales, sobre las cualificaciones de las candidaturas, hemos oído, incluso, que por fin había llegado la gente normal al Parlamento. Desconozco los estudios, las titulaciones que puedan tener quienes se atreven a cuestionar la idoneidad del voto de las personas mayores, pero reconozco su ignorancia. Despreciar el compromiso, la lucha, el precio que tuvieron de pagar aquellos hombres y mujeres, no demuestra nada más que la ignorancia, el desconocimiento de un periodo de nuestra historia reciente.
Ya he comentado en alguna ocasión, que yo provengo de una familia numerosa, que mis padres emigraron, como tantos muchos, del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor. Mi padre era un obrero del metal que apenas sabía leer. Con la edad he llegado a comprender cuántas cosas me enseñó mi padre a pesar de su casi nula cultura. Las aprendí sin charlas, sin adoctrinamientos, tan solo con su ejemplo de vida. A pesar de sus carencias, cuando empezó a trabajar se afilió a un sindicato, a una asociación de vecinos, a la asociación de padres del colegio, como él muchos hombres y mujeres entendieron que organizarse en todos los ámbitos era necesario. Era aquello de la unión hace la fuerza.
Echemos la vista atrás y pensemos cómo era Getafe hace 40 años y cómo es ahora. Tengamos presente que no llueve café en el campo y nos daremos cuenta que es de justicia reconocer cuánto les debemos.
Hoy, yo soy padre y como cualquier padre, intentaré que mi hijo sea un buen estudiante y me llenará de orgullo si algún día va a una universidad y consigue lo que coloquialmente llamamos un buen trabajo. Pero mientas todo eso ocurre yo, que pertenezco a esa clase de obreros que no ha ido a la universidad, que comencé a trabajar con 16 años, que como mi padre me afilié a un sindicato y a un partido político; mientras eso ocurre, le enseñaré a mi hijo aquello que a mí me enseñaron.
Intentaré inculcarle un sistema de vida basado en relaciones de tolerancia, de respeto, de confianza. Intentaré hacer de él una persona solidaria, de mente crítica, rebelde con las desigualdades. Si tuviera éxito y aprendiera lo que pretendo transmitirle, bien puedo afirmar que habré conseguido que en el futuro mi hijo sea una persona sobradamente preparada trabaje de albañil o de ingeniero.