OPINIÓN/La voz de la experiencia (06/10/2016) – Siguiendo la tradición griega, la democracia es la forma de organización política de la sociedad que ha cobrado mayor resonancia en las últimas décadas, cuyo objetivo es representar y responder a las necesidades de toda la población, teniendo como referencia -en nuestro caso- la Constitución Española. La política, en su origen, se consideraba como un «arte» o una ciencia en estrecha relación con la ética de «buen gobierno» y el cuidado de la ciudadanía.
La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. Art. 1 C.E.
A partir de aquí, entra el amplio mundo de la ideología y la orientación de los recursos de la sociedad, gestionados a través del Estado, donde los partidos políticos cuando gobiernan distribuyen los bienes con lógicas distintas: se puede gobernar al servicio de intereses económicos privados –léase la modificación del Articulo 135 de la Constitución donde la prioridad fue afrontar el déficit presupuestario y la sostenibilidad del sistema financiero- o pedir opinión a la ciudadanía en la toma de decisiones, dado el sacrificio que implicaba esta decisión. Se optó por el rescate del sistema financiero.
En segundo lugar entra en liza la corrupción en el ejercicio del poder. El mapa de la corrupción es ampliamente conocido por los ciudadanos a través de los medios de comunicación acerca de las diferentes tramas organizadas políticamente (Gürtel, Púnica, ERE, Imelsa, Palma Arena,…). Otra consideración de práctica política, es la de aquellos que han hecho de ella una argucia para el enriquecimiento personal (Jaume Matas, Rodrigo Rato, Pujol-Ferrusola, Iñaki Urdangarin, Luís Bárcenas, Francisco Granados…) utilizando las instituciones democráticas al servicio de sus intereses.
Todos estos hechos han contribuido de manera significativa a que la mayoría de españoles/as consideren la corrupción política como el segundo problema más importantes del país (36,6%), después del paro (71,6%) y en tercer lugar aparecen los partidos políticos (29,3%), según los datos del barómetro de septiembre señalado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Preguntados por la situación política, un amplio bloque, el 82,3%, se muestra descontento con ella. Un 46,6% la califica de muy mala y un 37,7% de mala.
Pero lo que resulta verdaderamente desconcertante es que buena parte de la ciudadanía entiende que la corrupción del Partido Popular es un pecado disculpable. Aquí cobra vigencia el Discurso de Étienne de La Boétie redactado en 1548 sobre la «Servidumbre voluntaria o el Contra uno», para acercarnos a comprender por qué tantos hombres y mujeres eligen y soportan a un partido que no tiene más poder que el que ellos le dan con su voto, aunque esté acusado de delitos de organización criminal, asociación ilícita, falsedad y blanqueo, entre otros. Y que posiblemente el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), pensando exclusivamente en resultados electorales, se inhiba de su responsabilidad de decir ¡¡No!! por entender que es un mal menor, olvidando que el verdadero poder es el servicio a los ciudadanos.
Estamos ante la clásica actitud de que el fin justifica los medios. Aceptar sumisamente las políticas de recortes y privatizaciones en marcha y prescindir del ejercicio noble de la defensa de la dignidad de las personas y el fomento de los derechos y libertades, nos retrotrae a tiempos pasados. La prioridad ahora y siempre, es defender la justicia, luchar contra el sufrimiento y el desamparo de la gente, el paro crónico y los desahucios. Pero ello implica una tarea de sensibilización y formación de la ciudadanía empezando por la escala local. Sin ética del «bien común» la política y los partidos políticos carecen de significado para los pueblos.