GETAFE/La piedra de Sísifo (25/10/2016) – Si resolver un asunto tan delicado como los problemas generados por los “botellones”, fuera sencillo, hace tiempo que estaría resuelto. Hay tantas opiniones como grados de influencia y, probablemente, todas tengan su parte de razón. Veamos:
No hay mucho debate en que, beber alcohol de forma compulsiva por el simple hecho de emborracharse cuanto antes hasta perder el control personal, no es la manera más sana, recomendable y divertida de establecer relaciones sociales en el tiempo de ocio. Todo lo contrario aunque, tengámoslo en cuenta, el comportamiento gregario propio de la adolescencia y la interdependencia casi “religiosa” otorgada al grupo de amigos, hace muy difícil abordar el asunto de un modo mínimamente racional. “Yo no he elegido a mi familia pero sí a mis amigos y es con quien quiero estar” es el mantra que repiten, como si fuera algo original que no hemos repetido todos, generación tras generación, desde que se liberalizó la sociedad. A la natural rebeldía añadimos un componente educativo/consumista muy complejo que, de intentar abordarlo en solitario, conduce inevitablemente al fracaso.
Los “usuarios” del Botellón argumentan, y no les falta razón, que los establecimientos de ocio nocturno tienen unos precios tan prohibitivos que, con el poco dinero que manejan, les alcanzaría para dar las buenas noches y poco más. ¿La sociedad no es capaz de ofrecer alternativas a un colectivo tan sensible como el de postadolescentes (en el terreno de los menores de edad mejor no meternos, aunque deberíamos, ya que sus progenitores miran para otro lado)? Si el objetivo es ganar dinero, tengo el convencimiento de que los empresarios del ocio nocturno van a piñón fijo y al beneficio fácil sin pararse a inventar una alternativa atractiva. El primero que lo haga se hinchará a ganar dinero y los demás le seguirán, mientras tanto…
Hemos puesto sobre el escenario 3 actores:
Los usuarios entusiastas del “botellón”, postadolescentes cuyo concepto de diversión consiste en beber compulsivamente amparados por el grupo (a veces con paralelismos calcados a los de una manada, con su macho alfa y demás roles establecidos), escuchando música a volúmenes incompatibles con el descanso en zonas despejadas pero cercanas a las viviendas.
Los progenitores que aceptan, unos con desagrado, otros por no discutir y otros “pasando” del tema, aunque, la mayoría impotentes, que sus criaturas se estén macerando toda la noche en alcohol y otras sustancias, en compañía de los hijos de otros padres en parecidas circunstancias y que tampoco saben cómo abordarlo individualmente (no perdamos de vista el concepto: individualmente).
Los empresarios del ocio nocturno que no ven posibilidades de negocio en un colectivo ruidoso, con poco dinero y de costumbres “volátiles”, a lo que contribuyen, consciente o inconscientemente, por no crear una oferta atractiva que resolvería todos los problemas.
Queda un penúltimo actor que, sin duda, desempeña el papel de malo de la película para unos y ángel salvador para otros: el proveedor insensible. Parecerá una exageración pero yo los equipararía a los traficantes de droga. Venden indiscriminadamente un producto altamente adictivo a cualquiera que lo pueda pagar, da igual que sean menores o a veces niños; tienen abierto su establecimiento toda la noche o van ellos mismos a servirles “a domicilio” y les aportan lo que necesitan: alcohol, refrescos, hielo, vasos, comida, tabaco… a precios aparentemente razonables en comparación con los locales (en realidad, igual de caros) y, con frecuencia, algunos de calidad deleznable. Van de ilegalidad en ilegalidad pero son tolerados por no sé qué motivos.
Y, por último, que no menos importante, la “percha de los golpes”: la Administración. Haga lo que haga va a desagradar a alguien; a unos por excesivamente permisiva, a otros por excesivamente restrictiva; a unos porque les puede perseguir, a otros porque no persigue a nadie. Consciente de lo complicado de su situación, se decide por lo más fácil: no hacer nada si no es estrictamente necesario y, suele suceder, cuando actúa entra como un elefante en una cacharrería, el primer mes… luego vuelve a la pasividad y es comprensible.
El público que, noche tras noche, sufre como espectador impotente esta obra de teatro nocturno con 5 actores; que no puede disfrutar de su sagrado DERECHO AL DESCANSO en su propia casa, se lamenta, denuncia, desespera, a veces se enfrenta con desagradables resultados y ningún éxito; ya no sabe qué hacer.
Supongamos que, un día, alguien se vuelve loco y le da por CREAR UN FORO donde los 6 intervinientes: jóvenes, padres, empresarios de ocio, comerciantes que intervienen, responsables técnicos de la administración y vecinos afectados estudiaran el problema en profundidad y, con un mínimo de receptividad por todas las partes, trataran de encontrar una solución satisfactoria. No tardará un día ni dos, si se quiere hacer bien los resultados se verían a medio plazo pero satisfarían a todo el mundo. Podría tener éxito o no, lo que nadie duda es que, si no hacemos nada, este asunto tan espinoso solo no se va a resolver y las bombas que se van cebando, antes o después, terminan por estallar y luego nos lamentamos.