Tic, tac.
25 semanas de gestación.
Tic, tac.
GETAFE/El rincón del lector (21/10/2016) – Hemorragia imprevista. Fuerte, además. Corriendo al hospital. Malos augurios. Sudas tinta, casi sangre. La mamá cien por cien en la protección del bebé. Encapsulada. Vamos al increíble Doce – qué bueno que estabas, Mar -. Y ahí nos encienden la luz. El pronóstico es bueno, dicen. ¡Toma! Esto sale adelante. Luego ochenta días, algo más, haciendo canguro. Para un papá, LA experiencia. Ahora que todo ha salido bien se siente como un privilegio que has podido disfrutar. Genial.
Soy Famara y he venido al mundo a explicaros de qué va esto.
Ella es un aprendizaje. Un reto. No hay día sin enseñanza. Es el experimento que un niño quiere tocar. Los beibis, todos, llaman la atención porque cada uno hace algo original. Sin embargo las Famaras son originales porque hacen lo que el resto de los beibis pero sin ser exactamente ellos. Que nació con 27 semanas y dos días, que ha corrido mucho desde entonces. Que los muros en sus dos años no es que los haya sorteado, ni solventado. Es que los ha demolido a puñetazos.
Nada resiste a mi impulso.
Llega casa, llega APANID. Como con Famara todo es del revés, es Apanid quien necesita a Famara. A todas las Famaras del mundo. Es su combustible. Peques que pululan como coches de choque en el vestíbulo y los pasillos. Se les nota autónomos allí. Es como su habitación de casa o mejor que eso. Se sienten kings, jefas, grandes, felices. Pasan la puerta y todos hacen lo mismo. Miran al frente, levantan la mano para enganchar la de su preceptor y se piran con él. Con ella. Pero como de toda la vida. De hecho, no hay vistazo atrás al dejar a papi. Tampoco a mami. Hay que decirles, ¡eh, un beso!, para que giren la cabeza. Pero los pies apuntan siempre hacia delante.
Lástima mi curro; lástima no poder estar más allí. Coincide con las horas que paso con mis otros chicos. Yo soy profe de instituto, pero lo de APANID es otra cosa. Allí están los alquimistas de la educación. Debería ser obligado ir a verles trabajar. No. Debería ser obligatorio que APANID fuera obligatorio.
He nacido para explicaros las cosas. Para enseñaros APANID. Nada es casual.
No quiero dar sus nombres. Sí decir: súper profesionales. Los que yo conozco son buenos todos, así que todos son buenos. Me los imagino como científicos que crean muñecos autómatas, preciosos y brillantes. En plan JF. Sebastian en Blade runner. Eso convierte APANID en un mundo aparte, el que siempre quisimos de nenes. Lo cinematográfico de atravesar una puerta hacia una sala repleta de juguetes y la luz cegadora entrando por ventanas antiguas. El recuerdo, la regresión con que soñamos de cuando en cuando.
Hay ternura de madre allí; experiencia de pedagogo; paciencia de maestra. Eso enseñan los niños y niñas de APANID a sus adultos. Llegan inocentes todos pero se destapan rápido. Existe una ley universal que dice que un niño que pasa tiempo allí tiende necesariamente a convertirse en una rock star. Eso les dan, grandes dosis de personalidad.
Veinte años más tarde los antiguos alumnos del APANID, Famara también, celebran una fiesta para recordarse. Photocall, flashes. Pasarela para ellas y smoking de vaqueros y camisas raídas para ellos. Ellos son princesas, ellas James Dean. Llevan su diferencia al límite de lo moderno. Han pasado por Jiménez Diaz, tienen APANID metido hasta el tuétano, llevan la A como inicial.
Sí. Soy diferente. Especial. Intensa como mi playa. Sólo viviré una vez y mi consciencia surgió allí.
A estas alturas de la historia todos habéis entendido que dar las gracias a APANID se queda corto. Nada más importante que una hija, ¿no? La justa medida es un contrafactual. ¿Qué sería de nosotros sin APANID? Un contrafactual que no admite ni quiere respuesta. Mejor no saberlo. Mejor sentir que están ahí, que son vocación con manos. Que habría que hacerles un monumento en cuyo pie se escribiera: al sentido común, dentro de un mundo caótico.
Es tanto lo que les debo, lo que les debemos, que no encuentro aún las palabras que alcancen nuestros sentimientos.
Gracias, APANID, de corazón. Sois, sencillamente, maravillosos.