Ayer, como muchas otras veces, asistí al Pleno del Ayuntamiento de mi ciudad, Getafe. Y, como otras muchas veces me sentí avergonzado por el comportamiento de varios ediles del Partido Popular en más de una ocasión.
La primera fue cuando se debatía una Proposición del Grupo Ciudadanos para el desarrollo de medidas a favor de las personas celíacas. Esta ocasión fue aprovechada por la concejala Mirene Presas para hacernos saber, en un comentario como de pasada durante su intervención, que los consejos sectoriales de los que forman parte principalmente asociaciones de ciudadanos interesados por cuestiones específicas (en este caso se trataba del de Salud), han sido puestos en marcha por el equipo de Gobierno para entorpecer la labor de los grupos de la oposición. Ahora podemos entender todos por qué el Partido Popular los suprimió durante su etapa de gobierno en Getafe: para acabar con la nefasta manía que algunos ciudadanos tienen de informarse, opinar, hacer propuestas sobre aquello que les interesa impidiendo a quien gobierna hacer y deshacer sin escuchar ni dar cuenta a quien les ha elegido y les paga. Al menos, esa intervención ha servido para que si había algún despistado que no conocía cuál es el concepto que el PP tiene sobre lo que es la participación ciudadana en las instituciones, ahora ya no podrá llamarse a engaño.
Pero hubo otro momento en que dudé de dónde estaba dado el nivel de zafiedad y falta de respeto que, durante aproximadamente un cuarto de hora, se esforzaron en demostrar varios miembros del Grupo del Partido Popular, particularmente el señor Mesa. En mi experiencia profesional (ahora estoy jubilado) he participado en un incontable número de reuniones; nunca vi que se interrumpiera a la Presidencia gritando, intentando imponer su voz sobre la de aquella, utilizando palabras insultantes (a los miembros del PP les gusta especialmente la palabra “trilero/a”, ¿por qué será?). La presidenta, la alcaldesa Sara Hernández, demostró una paciencia digna del bíblico Job; confieso que, de estar en su lugar, yo no hubiera aguantado tanto.
¿Y por qué ocurrió lo anterior? ¿Por una cuestión de fondo muy importante? ¿Por defender una posición ideológica seria? No. Por una pura cuestión metodológica: la interpretación que la presidenta hizo sobre el orden de las intervenciones al unirse dos puntos que trataban, ambos, del día del orgullo LGTBI+.
Cuando, por fin, pudo entrarse en materia, el señor Lázaro se esforzó en convencer a los presentes de que el PP había experimentado algo así como una conversión paulina (me refiero a Pablo de Tarso, que no haya confusiones), una caída del caballo que les ha convertido, de pronto, en detractores de toda discriminación y nos pidió, de manera encendida, que le aceptáramos como compañero en estas lides de defensa de los discriminados por su orientación sexual, para lo cual deberíamos olvidar toda su actuación anterior al respecto, ¡pelillos a la mar! Claro que lo va a tener difícil porque lo dijo muy enfadado, recordando viejos pecadillos de los que quiere ser compañero (¡sin recordar los innumerables por los que ellos deberían pedir perdón!) y, lo que es peor, llegando a la demostración de lo que es la máxima falta de respeto: no quiso escuchar la crítica que otro miembro de la corporación le hacía respecto a la actuación del PP en el pasado sobre este tema, se levantó violentamente de la silla y se marchó de la sala dando un portazo y mascullando entre dientes algo que no se entendió.
Y todo esto ocurrió en el Pleno después de unos días en que se ha desarrollado toda una campaña, bien aderezada de insultos, contra la alcaldesa y otras personas por una frase contenida en el manifiesto por el día internacional del orgullo LGTBI+. Si el señor Lázaro era sincero en cuanto a la conversión de su partido, habría hecho bien en desmarcarse, o, más bien, disculparse por lo dicho en esa campaña. Soy de los que opinan que la mayoría de los concejales del PP (quizá no todos) han entendido perfectamente la frase de la discordia y he de poner por delante al portavoz señor Soler; dos licenciaturas, ambas de letras, le capacitan para comprender el verdadero sentido de ese texto; y de una persona que es, a la vez, concejal, diputado regional y senador, los ciudadanos tenemos derecho a esperar la probidad (rectitud de ánimo, integridad en el obrar, según la RAE) que le haga llamar al orden a sus compañeros de bancada, que les exija que, si no quieren respetarse a sí mismos, al menos respeten a los ciudadanos que les escuchamos porque esa es su obligación. Claro que para eso sería necesario que permaneciera en su asiento más tiempo del que está fuera de la sala de Plenos porque quizá no se enteró de lo que pasó en ella. Eso, estar entrando y saliendo constantemente, también demuestra una gran falta de respeto a los que se quedan dentro por lo que resulta difícil pensar que pueda pedir a los suyos lo que él no hace.
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