Con mucha frecuencia, tengo que dar explicaciones de por qué no tengo WhatsApp y hasta yo mismo me lo pregunto, ante tanta insistencia. Y es que a juzgar por las apariencias, son mayoría los que lo tienen y somos pocos lo que no, aunque evidentemente tenemos nuestras razones para no tenerlo. Hoy quiero exponer algunas de ellas.
Para evitar interpretaciones erróneas, quiero que sepan que soy un defensor de las nuevas tecnologías, a las que hay que reconocer y agradecer multitud de avances, pero, como la mayoría de las cosas, hay que tomarlas con moderación por muy buenas que éstas sean, y aunque no tenga nada que ver con este tema, todos sabemos que cuando el médico te dice que el vino es bueno, o lo tomas con moderación, o corres el riesgo de emborracharte.
Yo me confieso más partidario de los contactos personales, y convendrán conmigo que cuando hablas físicamente con otra persona, percibes otros muchos matices, tonos, gestos, actitud, y que solo con mirarle a los ojos puedes interpretar otros lenguajes.
Si no podemos contactar físicamente con nuestro interlocutor, no hay que desdeñar el encanto de escribir y recibir una carta, claro que si queremos más rapidez, disponemos del correo electrónico, para una o varias personas, y por supuesto, disponemos del teléfono, medio que nos permite utilizar el don de la palabra, reconocer a familiares y amigos, permitiéndonos distinguir esos matices que comentábamos en el vis a vis. Y finalmente, disponemos de los mensajes de texto, que, para dar una noticia o un recado, igualmente podemos contactar con una o varias personas, casi de forma instantánea.
El WhatsApp tiene su campo, y parece estar indicado para grupos de familia, amigos, trabajo, deporte, estudio etc., pero en demasiados casos terminan emborrachándose, y lo que es peor, muchos se olvidan de que hay otras cosas para beber, incuso se condicionan, encontrándose casos de falta de atención a su trabajo, estudios, familia, amigos, rayando en algunos casos en la falta de educación.
Muchos de ustedes conocerán infinidad de casos, de estar en cualquier reunión, o solo tomando unas cañas y, cada uno estar más dedicado y pendiente de su WhatsApp que del grupo, por lo que yo, solo les pondré un par de ejemplos.
Tengo un amigo que tiene tres hijos casados y varios nietos: casi todos los domingos los invita a comer en su casa, y ante el deterioro de las relaciones familiares, al estar cada uno, fundamentalmente, dedicado a su WhatsApp, tuvo que plantarse y pedirles a todos ellos, que le entregaran sus móviles, durante las dos o tres horas de la comida.
El otro caso ha sido una experiencia propia, en una sala de espera de un ambulatorio, entre los ocho o diez que estábamos, había un joven congestionado de nariz y supongo que sin pañuelos, porque aspiraba los mocos continuamente, cuyo WhatsApp no dejo de sonar durante todo el tiempo, con nuevo sonido para mí, alto y desagradable, que parecía culminarnos a todos al silencio.
Por estas cosas y algunas más, es por lo que no tengo WhatsApp.