El mundo cambia tan deprisa que a veces produce vértigo y en ocasiones perplejidad. Siempre se ha agradecido el empuje y el atrevimiento de los jóvenes, que ha permitido nuevos enfoques, haciéndonos avanzar, superarnos y modernizarnos. Por distintas circunstancias, estamos viviendo un tiempo en el que da la sensación de que todo lo novedoso es mejor que lo tradicional. En el trabajo, ya no se necesitan aprendices, hoy lo que se valora son los Másteres, aunque sus portadores desconozcan la realidad del negocio o del trabajo diario, y si bien las nuevas tecnologías lo han transformado todo, corremos el riesgo en muchos campos, de cometer errores de bulto, al despreciar la experiencia de nuestros mayores.
Es notorio que la mayor parte de los avances se han producido gracias a la investigación y al desarrollo tecnológico, pero sería negativo el despreciar la experiencia en multitud de campos y materias, y conviene poner sobre la mesa y reflexionar sobre ambos puntos de vista. Si necesitamos un médico, sería bueno que esté formado a la última, pero también que tenga experiencia.
Un caso digno de estudio es el de los políticos, en la antigüedad las cuestiones políticas solían dirimirse en un Consejo de ancianos, y en la actualidad, pareciera que sólo merece el interés si se trata de jóvenes, incluso llegando al desprecio de la experiencia. Sin llegar al viejo dicho de que “el diablo sabe más por viejo que por diablo”, la experiencia debería ayudarnos a no repetir los mismos errores.
¿Por qué en política no se tiene la misma precaución para elegir y ser elegido que en otros terrenos? Porque en este campo “tiramos con pólvora del rey”. En la vida normal confías más en un médico con experiencia y reconocimiento porque está en juego tu vida, o eliges a un profesional, con la suficiente experiencia porque se trata de algo personal, y te la juegas tú o tu familia; pero si se trata de un político o de la política que se practique, ni el político paga por sus equivocaciones, ni nosotros individualmente, en el caso de que su gestión arruine a un pueblo, una región o todo un país, finalmente lo pagaremos todos, y eso pocas veces lo cuantificamos, y nos permitimos el lujo de mandar “los chupetes al poder” o lo que es igual, el más joven, bien parecido o descarado, sobre todo si es buen comunicador.
Cada pueblo tiene los políticos que se merece y con nuestro pan nos lo comeremos.