Disfruté el pasado sábado día 6, por la noche, del espectáculo musical, enmarcado dentro de la “Semana Mundial de la Armonía Interconfesional”, en la abarrotada Catedral getafense de la Magdalena.
Lo de menos fue la nutrida presencia policial en el exterior del templo que, inicialmente, llamaba la atención, o, puestos a hacer crítica musical, si los intervinientes tenían mayor o menor calidad, que, por otra parte, la superaban con creces, porque, en definitiva, no es ni de mi competencia ni el objetivo de este escrito.
Lo importante del acto fue la perfecta armonía con la que convivieron las tres confesiones religiosas a través de la música ante un público entregado y creyente en la utopía del espíritu de la paz más allá de las notas musicales. Porque el concierto se nutría de este credo precisamente.
El que haya sido posible convertir temporalmente una catedral católica en una sinagoga judía y en una mezquita musulmana para escuchar con atención y deleite, entre todos los asistentes, la música, los rezos y los bailes que compartían todas estas religiones, sin prejuicios ni pronósticos agoreros, puede ser un ejemplo perfecto de que la convivencia pacífica entre las personas a las que representan estas confesiones, creyentes o no, podría ser factible.
Quizá los gobernantes de turno, los grupos de poder, los que explotan a sus semejantes, se inventan y provocan guerras; los que manipulan la convivencia para que judíos, musulmanes y cristianos (entre otros muchos colectivos humanos) sigan odiándose y matándose, deberían tomar nota de estos momentos, tan sencillos y baratos, para desmontar esa sociedad, tan brutal, injusta e insolidaria, que, en la mayoría de las ocasiones han creado y cambiarla por otra más justa y humana.
Bienvenidos estos actos en donde compartir, adquirir y disfrutar un trozo de cultura que, a la postre, es de todos. Bienvenidos estos actos que nos hacen reflexionar y comprobar que no todo es ni blanco ni negro, como, a veces, pensamos o nos obligan a pensar.