«Era un niño bullying y aprendí parkour para huír». Así de sincero es Dan (Daniel Vázquez) que comenzó a practicar esta disciplina con apenas 14 años. Estrictamente el objetivo del parkour es «trasladarse de un punto a otro en un entorno de la manera más rápida y eficiente posible, adaptándose a las exigencias del mismo con la sola ayuda de su cuerpo». Y Dan prefería «correr antes que pelearme». De ello fue plenamente consciente cuando le robaron en Juan de la Cierva. «Pensé que si hubiera sabido hacer parkour, podría haber escapado». Y así empezó.
El primer paso: internet. «Buscando movimientos básicos, saltando de sitios altos y rodando por el césped…». No olvida el primer día «en el recinto ferial y luego en Sánchez Morate, saltando vallas y muros». Dan se considera «torpe, es inevitable», así que lo compensa con mucho trabajo «físico: ahí comencé a ser más efectivo». Incluso se apuntó a trampolín «pero no me gustaba», así que vuelta a la calle. Ensayo, error, ensayo, error hasta que se comienza a avanzar. «No haces saltos para los que no estés preparado». Y encontró su pasión.
Ahora ha comenzado a enseñar. Junto a Javier de Aza han iniciado un curso de iniciación en el colegio Sánchez Morate (lunes y miércoles de 4 a 5) y donde ya cuentan con 8 chavales (chicos y chicas, «no hay ninguna diferencia») de entre 12 y 18 años. «El parkour puede serlo todo: no es solo ir de un punto A a otro B, es salir, mejorar, hacer algo que es solo tuyo, que es fruto de tu esfuerzo… Es adrenalina y una sensación de satisfacción personal», cuenta Aza.
En el gimnasio del colegio han comenzado con los movimientos básicos, con elementos como plinton, colchonetas, espalderas… «Al final se trata de utilizar lo que tengas a mano». Y allí aprenden el gato, el rompemuñecas, el ladrón, el reverso… movimientos básicos para acometer el salto de un muro. Antes de los 12 años no recomiendan iniciarse. «Hay que ser capaz de ver y de valorar los riesgos de cada salto», aunque con buena cabeza, no tiene por qué ser peligroso. «He tenido alguna caída sería, pero por no estar atento».
No todo el mundo entiende esta disciplina a la que Dan dedica unas seis horas al día (entre físico y entrenamiento). Verles ejercitarla por la calle es un espectáculo. «Lo más fuerte que me han llegado a llamar es que soy aprendiz de ladrón», murmura sorprendido Dan. Por eso quizá nunca hubieran imaginado que podía convertirse en realidad una petición que lanzaron sin esperar que tuviera mucha respuesta: hacer un parque de entrenamiento de parkour. «El día que lo inauguraron y fui por primera vez fue como cuando vienen los Reyes magos y no sabes qué regalo abrir primero. Me puse hasta nervioso».
Era un sueño hecho realidad, aunque con matices y algún pero. «No nos tuvieron en cuenta a la hora de diseñarlo, y no es un parque de iniciación. Además los módulos que han traído del extranjero se podían haber conseguido mucho más baratos en España». Él y su colectivo de parkour insisten en que es necesario regular su uso. «Hay que poner vallas y límite de edad, porque hay niños que se meten y puede ser peligroso».
De momento, siguen ayudando a los que quieren iniciarse en esta disciplina. «Muchos de los que asisten a los cursos son compañeros del parque, nos hemos conocido allí». Ahora tienen un modelo en quien fijarse y de quien aprender.
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