Hace tiempo hubiera pensado que comenzaría estas líneas con un sentimiento diferente pero no es así. Sigo pensando en cuántas ocasiones la muerte siega la vida de un hombre bueno. A Don Enrique el calificativo de bueno le llega por predicar con autoridad la palabra LIBERTAD, acaso el mayor tesoro de todo ser humano nacido con deseo de vuelo libre. Con él la cohesión social coexistía, interactuaba, con valores tales como libertad, igualdad, democracia, respeto de los derechos humanos, tolerancia, inclusión, responsabilidad colectiva y respeto del estado de derecho.
Don Enrique era demasiado grande y nos sentíamos protegidos. Sabíamos que bullía entre sus «Pregones» o sus saludos coloquiales a los jóvenes: «Al loro; el que no esté colocado que se coloque». De don Enrique rebrotó la idea de «ganar espacios urbanos para el uso de los ciudadanos» entendiendo que construir una ciudad es un ámbito cultural donde se trabaja y se reside, pero también se sufre, se goza, se sueña, se ama; que la ciudad es y debe ser una zona abierta un ágora de discusión, un lugar de esparcimiento, un complejo lugar de convergencia.
En su recuerdo sería bueno «que seamos capaces de amar todo lo que nos rodea para que todo lo que nos rodea nos ame». Sed capaces de vivir en cada brizna de hierba, en cada jirón de viento.
Don Enrique, todo ser humano debe procurar dejar sus huellas en la tierra. Usted las dejó fuertes y en la dirección adecuada.