Las conclusiones del último informe de 2014 del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), muestran de forma amplia como el aumento en la intensidad del cambio climático causado por la actividad humana tiene a su vez un impacto negativo directo sobre las propias sociedades humanas, con un aumento, por ejemplo, de las desigualdades, la pobreza o las migraciones. Sin embargo, este tipo de impactos sociales se han visto relegados históricamente en las cumbres climáticas, no pareciendo que la COP21 de Paris de 2015 vaya a ser una excepción en este sentido.
En el caso de las migraciones, su limitado reconocimiento en el debate climático pasa inicialmente por las dificultades para establecer una relación directa entre cambio climático y migraciones, dada la diversidad de factores de índole medioambiental, pero también social, económico o político que influyen en los procesos migratorios. Entender esta complejidad es fundamental de cara a comprender los vacíos y carencias a la hora de abordar el problema.
Además, la actual crisis de los refugiados sirios surge como un obstáculo, haciendo del debate sobre las migraciones en la Cumbre de París un tema de carácter extremadamente controvertido. Sin embargo, y como paso previo a cualquier negación para abordar el problema de las migraciones, se debería tener en cuenta que el cambio climático es uno de los activadores de la guerra civil siria y la posterior crisis de refugiados que llegan a Europa. Recordemos que entre 2006 y 2010 miles de familias campesinas sirias se vieron forzadas a migrar hacia las grandes ciudades como fruto de la sequía que devastó el noreste del país. La masificación y la superpoblación de los núcleos urbanos y la incapacidad del gobierno para proveer la protección social necesaria, fue parte del caldo de cultivo ideal para que ese descontento social se tradujera en el levantamiento contra el régimen de Al-Assad.
Esto es, el conflicto sirio nos explica muchos de los factores multicausales que vinculan el cambio climático con las migraciones y nos dice mucho de la importancia de la gestión futura de estos procesos.
Debemos entender que el cambio climático no conoce de fronteras estatales, y los impactos y consecuencias del cambio climático de hoy sobre Siria, pueden ser los de mañana en otros territorios más ricos. Las sociedades occidentales no van a ser ajenas en el futuro al aumento de las sequías o la subida del nivel del mar, las crisis alimentarias derivadas, el empobrecimiento de las comunidades, las migraciones hacia otros lugares para huir de esa pobreza, el aumento de las desigualdades y el descontento social expresado en un aumento de conflictos y guerras. No lo olvidemos.
Sin embargo y por el momento, los intereses económicos y de seguridad priman sobre la defensa de los derechos humanos y la vida. Los europeos giramos la vista ante la visión del gran cementerio que es ahora el Mar Mediterráneo y preferimos mirar a Europa como un espacio exclusivo de supuesto bienestar frente a un patio trasero abarrotado de desheredados.
Al trasladar esta visión obtusa de la realidad al debate climático, encontramos una ausencia de interés por parte de los países desarrollados por intentar alcanzar acuerdos mayores en materia de migración y desarrollo, así como una falta de interés evidente por tratar temas como los derechos humanos, la pobreza o la desigualdad, pero que vienen de la mano del cambio climático.
El carácter predominantemente económico-financiero de estos debates y la propia gestión del cambio climático como un problema económico, ofrece una estupenda salida de escape a los gobiernos en su gestión cortoplacista del problema y en su interés por evitar abordar la gestión humana del cambio climático. Lo importante en París es alcanzar un acuerdo financiero global para enfrentar el cambio climático, y ese miedo ante un posible fracaso en este menester, sirve igualmente de parapeto para que los estados, sobre todo los países del Anexo 1 (países desarrollados en su mayoría), decidan no abrir frentes de discusión más amplios que el de la propia financiación del acuerdo que entrara en vigor a partir de 2020.
Este enquistamiento de la Cumbre en un único objetivo, refuerza el poder que tienen los grandes intereses económico-financieros en su capacidad de acumular riqueza mediante el uso de combustibles fósiles, el agotamiento de los recursos naturales, la degradación del medioambiente y la explotación social. Igualmente, este enfoque se traduce en unas “soluciones a la carta” para las élites gubernamentales y corporativas ejemplificadas por el Protocolo de Kioto, los mercados de carbono y veremos si el acuerdo que está por nacer, que sirven poco más que para limpiar la cara de estos intereses ante la sociedad, pero que ocultan una cara extremadamente sucia, tal y como se ha podido observar recientemente con el fiasco de Volkswagen.
Frente a este control interesado de las negociaciones, surge el papel marginal en las negociaciones de los países más pobres y afectados por el cambio climático, así como de las organizaciones de la sociedad civil que claman por una gestión humana y social del mismo.
Aun con todo, la cumbre de Paris debe significar un punto de inflexión que permita superar el mercadeo al que se ven sujetas estas reuniones, abriéndose a una nueva reconceptualización del desafío que supone el cambio climático para las sociedades humanas. Esto implicaría que además de establecer una conciencia y una dirección común en cuanto a la reducción de emisiones y el uso de combustibles fósiles, hubiera espacio para salir del dominante enfoque económico-financiero de estas cumbres, e intentar ampliar el debate hacia cuestiones vinculadas a la importancia de los Derechos Humanos y la solidaridad ante la creciente pobreza y desigualdad fruto del impacto del Cambio Climático.
Es a partir de estos argumentos, basados en unos fuertes pilares de justicia social y climática, desde donde también podemos vislumbrar algunas de las soluciones al problema de las migraciones inducidas por el cambio climático. Del mismo modo, es a partir de este enfoque desde donde se podrá superar de una forma practica el actual vacío legal en el que queda la definición y el reconocimiento de los migrantes o refugiados climáticos, así como la falta de interés de los estados por verse atenazados por acuerdos vinculantes internacionales que pudieran implicar algún tipo de responsabilidad en cuanto a la protección de los migrantes.
Por tanto, y más allá de la posibilidad de que se acuerde una mención explícita a las migraciones en el texto final de la negociación, o exista el compromiso para poner las bases de un mecanismo ad-hoc que pudiera abordar los desplazamientos humanos inducidos por el clima, lo que debe surgir de París es una señal evidente y clara a la comunidad internacional, de que la gestión de los desplazamientos humanos y los derechos y el bienestar de las personas desplazadas deben ser parte fundamental en las políticas de lucha contra el cambio climático y sus impactos.
Trasladar la complejidad del cambio climático en cuanto a sus diferentes impactos sobre las sociedades, nos debe llevar a analizar también la complejidad y los otros desafíos que enfrentan las sociedades occidentales y la necesidad de elaborar respuestas que integren esos desafíos sociales globales con los añadidos por el cambio climático.
Porque cuando hablamos de esas personas y comunidades a las que no les queda otra opción que desplazarse de sus lugares de origen en busca de unas mejores condiciones de vida, también tenemos que mirar, de una forma egoísta, hacia nuestras propias sociedades. ¿Y qué es lo que encontramos? Un continente y un país (España) de viejos. Los españoles son siete años más viejos de media que hace dos décadas, con una edad media en 2014 de 41,8 años, situándose esta edad media cercana a la media europea de 42,2 años según Eurostat, no pareciendo igualmente que las actuales tasas de natalidad vayan a revertir esta situación en el futuro.
El cambio demográfico, junto a la migración, la globalización, o el cambio climático, son desafíos que Europa pareciera no querer abordar en su conjunto, frente a la evidente necesidad de actuar que impone, por ejemplo, el mencionado creciente envejecimiento de la población europea y la necesidad de importar mano de obra. En este sentido África y otros continentes surgen como un auténtico recurso estratégico. África en particular, es uno de los continentes que más está sufriendo los impactos del cambio climático, pero también es el que tiene la población más joven. El mestizaje de Europa no es una opción, es una necesidad.
Sin embargo, la necesidad, la planificación y la puesta en marcha de estos procesos migratorios deben hacerse desde postulados cooperativos y no restrictivos. Los migrantes no vienen a trabajar por las limosnas europeas, vienen a salvar a la sociedad europea del colapso y la decadencia que supone su envejecimiento. Es necesario pasar de la coacción para hablar de oferta y apoyo a la migración a partir de la promoción de los derechos sociales, laborales y económicos de los migrantes, generando igualmente mecanismos que permitan que las diásporas puedan invertir en sus lugares de origen en actividades dirigidas, por ejemplo, a revertir la degradación de la tierra y la adaptación al cambio climático.
Igualmente, al situarnos en los países que sufren con mayor virulencia la pobreza y los impactos del cambio climático, se hace necesario la cooperación y el desarrollo de políticas y programas de protección social y medioambiental que permitan vincular la protección de las personas y comunidades y la lucha contra la pobreza con la protección del medioambiente y los medios de vida, tal y como se están llevando a cabo en Brasil, India o Etiopía entre otros países.
Este tipo de políticas permitirían fijar a las poblaciones a sus lugares de origen y adaptarse en primera instancia al cambio climático evitando un aumento de los desplazamientos. Pero no olvidemos también que hay poblaciones que son tan pobres que, ante la degradación de sus medios de vida, acaban siendo tan pobres que no llegan a tener ni los medios para poder migrar. Por tanto, no hablamos únicamente de “movilidad”, sino también de “inmovilidad” como un impacto derivado del cambio climático y de la pobreza como un factor clave que hace a las personas más vulnerables ante el cambio climático.
Aunque sería un tema a tratar más a fondo en otro espacio conviene también pensar en cómo serán los impactos del cambio climático en los países desarrollados y los desplazamientos humanos vinculados. Tal y como se ha recordado, el cambio climático no conoce fronteras y el aumento de la desertificación y la subida del nivel del mar impondrá a que muchos países con grandes kilómetros de costa y susceptibles a unos mayores procesos de desertificación, como España, tengan que comenzar a poner en práctica estrategias que aborden estas realidades cercanas y planifiquen soluciones, pasando en muchos casos por la relocalización de muchos asentamientos humanos.
Los desafíos que enfrenta nuestra sociedad, ya fueran sociales o vinculados al cambio climático, ofrecen múltiples y complejas capas que deben ser enfrentadas desde enfoques cooperativos e inclusivos capaces de enfrentarse con garantías a los escenarios apocalípticos y los discursos reaccionarios que de fondo solo persiguen beneficiar a intereses particulares. Es desde esta perspectiva desde donde mejor se podrá comprender la realidad futura del cambio climático y responder a sus desafíos. Esperemos.