La legislatura se acaba. Los interminables cuatro años largos que ha durado el mandato de Mariano Rajoy finalizan este domingo con una nueva convocatoria de elecciones generales. Han sido quizá los años más duros de la democracia española, años de profunda crisis en la que se han visto recortados derechos fundamentales en sanidad, educación, servicios sociales… mientras se asistía a un aumento espectacular de los impuestos. Se marcó como prioridad salvar al sistema financiero. Se ha salvado, los ciudadanos lo rescataron. Pero nadie ha rescatado a los ciudadanos después.
Esta crisis se ha utilizado para enmascarar y justificar reformas que no han paliado, por ejemplo, el problema del desempleo pero sí han destruido el empleo de calidad. Y cuando ahora se comienza a vislumbrar una mejora internacional que provoca un viento favorable que no se puede atribuir a lo hecho por Rajoy (precio del petróleo en mínimos históricos, un cambio favorable entre euro/dólar que favorece exportaciones, inyecciones europeas de compra de bonos y bajos intereses para financiar la deuda pública…) no se aventura ningún cambio en el modelo productivo que vuelve a convertir España en un país de camareros y albañiles. Nada ha cambiado. Nada hemos aprendido.
Es en este panorama en el que toca votar, elegir a quien gobierne el futuro. Serán unas elecciones históricas porque todo va a cambiar a partir del día 21. Harán falta políticos de verdad para engrandecer la palabra que se convertirá en leit motiv a partir del domingo: diálogo y consenso. Nada será posible sin ellos. Se acabaron los platós de televisión y el dominio de la ‘telecracia’ y la ‘efebocracia’ que ha convertido la política en un show primando el spot publicitario frívolo por encima del debate profundo. La televisión ha marcado el ritmo, pero ahora son los ciudadanos los que deben hacer un ejercicio de abstracción para pensar en la importancia que tiene su voto y quién puede llevar su proyecto a cabo.
Es el momento de recordar y poner sobre la balanza la gestión realizada por el Partido Popular, desbordado por la corrupción y marcado por los recortes; de analizar la nueva derecha modernizada que encarna Ciudadanos con un partido construido sobre las bases de la precipitación y la inexperiencia, que cuando se rasca un poco comienza a hacer aguas por la base; de comprender el giro dado por el Podemos de Pablo Iglesias que desde su radicalización inicial ha ‘descubierto’ las bondades de la socialdemocracia; de valorar a un PSOE que pelea para que la sangría a la que le someten Ciudadanos y Podemos por ambos flancos, no desgaste a un líder que quiere asumir el papel de única alternativa al PP; de valorar los esfuerzos de IU o UPyD que luchan contra las encuestas y las crisis internas.
Y más allá del 20 de diciembre, habrá que pensar en el día 21. En quién está capacitado para superar el tradicional cainismo español de matar al contrario y será capaz de sentarse para llegar a acuerdos que beneficien a los ciudadanos. Se acabó el ordeno y mando de las mayorías absolutas. Se impone un cambio en la forma de hacer política y es cada una de las papeletas que se introduzcan en la urna las que van a marcar el paso siguiente.
Es la hora de votar. En conciencia y también, por qué no, con el corazón. Es la hora de apostar por el ciudadano, por los derechos sociales, por el empleo de calidad, por la recuperación de la decencia en la política. Es el momento de proteger a los más desfavorecidos, a los dependientes; de cuidar el futuro de nuestros niños, de abogar por un pacto por la educación y por blindar la sanidad y los derechos sociales, de frenar la creciente desigualdad. Eso solo se puede hacer desde una opción progresista, de izquierdas, que piense en el ciudadano.
Es la hora de votar. Es la hora de que tu voto decida.
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