Ayer asistí al Pleno celebrado en el Ayuntamiento. Y sentí mucha vergüenza.
Llegado el punto en que el PP proponía “la readmisión de los trabajadores públicos despedidos y por el empleo público y de calidad” (así, con todas las letras y toda la desfachatez de la que es capaz el PP), se puso en marcha la maquinaria que el propio PP traía bien engrasada: se levantaron los carteles que previamente había repartido una señorita rubia que parecía dirigir el cotarro y en los que se exigía la readmisión de ciertos trabajadores porque, decían, habían sido “despidos políticos” (permítaseme una digresión respecto al motivo de esta carta: al decir que los despidos eran políticos, el PP parece reconocer que las contrataciones de esos trabajadores fueron, igualmente, políticas; háganselo mirar). A partir de este punto el griterío impide oír a los intervinientes, las palabras gruesas se lanzan a modo de pedradas y el respeto que se deben unos a otros (que nos debemos todos) huye, cual púdica señorita dieciochesca, del Salón de Plenos.
Ya es penoso que el público asistente no sepa expresarse de otra forma. Pero, sobre todo, es absolutamente vergonzoso que algunos de nuestros representantes políticos, situados en la bancada del PP, participen en la ceremonia. Es, a mi modo de ver, indicativo de una ceguera política superlativa que ciertos dirigentes políticos piensen que esa manera de actuar les beneficia: apoyar sus razones al defender cualquier asunto, si las tienen, en los gritos, la falta de respeto y la chabacanería (“verdulera” oí gritar a la señorita rubia en un determinado momento dirigiéndose a otra persona: ¿pensaría esa señorita que utilizar ese epíteto la situaba a ella en un nivel superior?).
Hubo otro momento similar al anterior, al tratar del caso Jeromín, en que volvió a manifestarse la misma falta de respeto a que me refería antes. Pero esta vez agravada. Porque, si en el caso anterior, el Grupo del PP actuó como claque acompañando a sus adláteres, en esta ocasión fue el portavoz, el señor Soler, anterior alcalde, el que, arrastrando por los suelos la dignidad que le correspondería mantener, dirigió el bochornoso espectáculo que hubimos de soportar. A voz en grito, descompuesto, rojo el semblante, interrumpió una y otra vez a la Alcaldesa cuando ésta hacía uso de la palabra llegando, incluso, al insulto. Parece mentira que el señor Soler, con la larga experiencia que tiene en diversos foros (munícipe, diputado, senador…) actúe de forma tan reprobable y olvide que no hace tanto era él quien se sentaba en el lugar en que lo hace ahora la actual Alcaldesa.
¿Se puede hacer algo para evitar estas situaciones? O, más bien, ¿es posible que las reuniones, del tipo que sean, en las que participan representantes de la ciudadanía y la propia ciudadanía, se produzcan en un clima de sosiego y respeto? Respecto a las personas que acuden como espectadores no es fácil, se trata de un puro problema de educación y sobre eso hay muchas diferencias y matices. Pero en cuanto a los que ocupan las sillas de la representación popular no sólo debe ser posible, sino exigible; tenemos derecho a esperar de ellos un comportamiento ejemplar, que sean ellos los que señalen a sus representados cual es la línea que nunca se debe traspasar al ejercer la oposición por muy dura que quiera ser. Y esto incluye no mentir, no ocultar o tergiversar la información, no excitar las pasiones, emplear un vocabulario correcto, aceptar el procedimiento en cuanto al uso de la palabra…
Finalmente, quiero dirigir unas palabras a la actuación de la señora Alcaldesa respecto a su forma de dirigir la reunión. Me pareció muy bien que permitiera el uso de los carteles y que dijera por qué lo hacía a pesar de que el Reglamento lo impide. No me pareció tan bien que no hiciera nada por controlar el tremendo desbarajuste en que se convirtió en algunos momentos el Pleno; también explicó por qué lo hacía: el salón del Pleno es el salón de la soberanía popular… Pero con esa actitud permitió que, en más de una ocasión, no se pudiera ejercer la soberanía popular. Claro que, casi siempre, hay diferentes criterios y formas de hacer las cosas, pero, ¿es mejor que durante minutos se entable un ¿diálogo? a gritos y a varias bandas (personas del público entre sí, concejales con personas del público) o que, ejerciendo ponderadamente su autoridad, corte de raíz tales actuaciones? Yo eché en falta una dirección del debate ejemplarizante, es decir, creo que hay que hacer saber a quien no se comporta correctamente, ya forme parte del público o de un grupo municipal (sobre todo en este último caso), que eso no se consiente porque con ello, precisamente, está impidiendo que la soberanía popular se exprese. Porque los que perdemos en casos como este somos los ciudadanos que no participamos en el circo.
Nadie deberíamos olvidar que el sistema democrático es, más que nada aunque no solo, un conjunto de normas de actuación que nos damos y debemos aceptar todos, un determinado modo de comportamiento en una sociedad basado en el respeto de todos y cada uno de los miembros de esa sociedad.
Espero que pueda volver a un Pleno sin que pase otra vez por situaciones que me hagan avergonzarme debido a la actuación de ninguno de nuestros representantes.