España nunca se ha enfrentado a una crisis territorial de la envergadura de lo que está sucediendo en Cataluña y del órdago lanzado por Junts pel Sí y la CUP. Y es hora de afrontar este problema: no hay opciones de regateo, de esconderse buscando que el problema se resquebraje y desaparezca. La frivolidad con la que se ha tratado el asunto catalán roza la desvergüenza y eso ha colocado a todo el país en una situación que amenaza ser crítica. Desde Cataluña se amenaza con la independencia y se propone la insurrección. ¿A dónde nos puede llevar esto?
Este ya no es únicamente un problema de Rajoy, sino del conjunto de los españoles: en la capacidad de resolver este asunto es donde se medirá la madurez de esta democracia. La desidia, el cálculo electoralista con el que el presidente (ahora en funciones) ha tratado este tema buscando su rédito personal político ha dejado desarmada la respuesta colectiva del país. Mientras los independentistas catalanes se preparan, saben los pasos que quieren dar, tienen un objetivo y una clara hoja de ruta para conseguir su fin, el resto de España deambula entre declaraciones inconexas y propuestas sin trasfondo.
¿Y dónde está la respuesta ciudadana del resto del país? ¿Tan poco importa la cohesión del Estado? ¿Tan a broma se están tomando ayuntamientos y ciudadanos el futuro que le puede deparar a España con una crisis de este tamaño? Nadie ha salido a la calle pidiendo a los catalanes que se queden, diciéndoles que ellos también forman parte de este país. El que no abogue por la independencia en Cataluña debe sentirse muy solo ante la presión social existente allí y la nula solidaridad que se muestra acá.
Encontrar el encaje de Cataluña con el resto de territorios es más difícil según avanza el proceso. Lo que antes se podía haber solucionado dialogando ahora parece imposible. Los actores están cambiando y eso no hace sino empeorar la salida. Se acaba el tiempo y es hora de que los políticos demuestren que lo son, es hora de que todos los partidos, sin excepción, se sienten para buscar una respuesta común. Hay que sumar voluntades, y aparcar la campaña electoral. El país lo requiere. Otra opción puede llevarnos a un escenario ignoto en el que no se sabe cuál sería el desenlace y las consecuencias.