Se respira tranquilidad en la calle Leganés. «Es extraño, hoy no hay nadie en la calle». Marga mira a su alrededor con extrañeza. Apenas se cumplen 24 horas desde que GETAFE CAPITAL publicara las quejas de los vecinos ante el incivismo de los gitanos rumanos que han ocupado los inmuebles colindantes. «Cuando ven que hay más presencia policial o algún problema, se esconden dentro de casa», ratifica. De repente, un grupo de cinco o seis aparece corriendo por la parte trasera. Apenas si tenemos tiempo de apartarnos. La mayoría son menores de edad: uno de ellos, Abraham, de apenas 8 años, del que todo el barrio conoce el nombre. «Es el peor de todos, es el que se cagó dentro del coche».
Pero, ¿por qué corren? La incógnita nos la desvela minutos después otro vecino. «¿Les habéis visto? Estaban pegando a una niña de 12 o 13 años. La tenían cogida entre varios y cuando les he llamado la atención, han salido corriendo». Algunos vecinos no quieren dar nombres por miedo, otros incluso se encaran con los okupas y les llaman la atención por lo que hacen, pero «les resbala todo lo que les digan». Antonio ha nacido en esa calle, en el mismo local que desde hace 25 años regenta como hamburguesería. «Nunca había visto el barrio así. Día sí, día también tenemos que llamar a la policía y algún día va a pasar algo gordo».
Otros vecinos se arremolinan junto a Antonio, dándole la razón. «La gente es reacia a pasar por esta acera, y más cuando se va la luz». La noche anterior la calle se quedó a oscuras. «¡Pero sí son ellos! Abren los cajetines y quitan la luz», le puntualiza otro vecino. Es habitual verlos dormir en las terrazas (este verano también sacaban colchones a la calle). «Se ve que les molesta la luz para dormir y la apagan». Algo que lleva pasando los últimos 10 días. «No quieren convivir con nadie, ese es el problema».
Cada día les ven llegar con coches nuevos: BMW, Mercedes… en las últimas semanas con matrícula alemana. Y cada día hay más. Últimamente los vecinos aseguran que hay más movimiento de gitanos rumanos que llegan y luego se van. «Parece un lugar de paso. Y esos son los peores. Los que llevan más tiempo, son un poco más tranquilos». Mientras hablamos, un coche da un acelerón y pasa a toda velocidad. «¿Ves? Así todo el día». Cuentan que algunos comerciantes del barrio hasta han recibido palizas. «Les he visto cambiando las placas de las matrículas en el patio», cuenta otro vecino.
«Queman basuras, plástico», cuenta Mario, cuyos padres aún viven y sufren diariamente esta situación. «¿Os acordáis del gallo?». Hay anécdotas que mueven a la hilaridad. «Tenían animales dentro de casa, y un gallo nos estuvo martirizando durante mucho tiempo». En esta ocasión les llamaron la atención y el gallo dejó de cantar… seguramente acabó en la cazuela. «También hacen matanza y alguna vez han tenido colgados pescados en el patio, o la carne». El patio de Pepi y José Luis linda con el de la casa ocupada. «No te imaginas lo que vemos. Niñas pequeñas se suben a los tejados, hacen las necesidades en cualquier parte, es habitual que se peleen entre ellos…». Desde su ventana se ven los cables de enganche ilegal del que obtienen suministro, pero lo peor son las filtraciones de aguas fecales que provienen de sus vecinos. «El olor es insoportable en nuestro patio: sale el agua, y cuando se seca…», lamenta Pepi. Las viviendas no tienen las condiciones mínimas de salubridad para estar habitadas.
Los niños son un quebradero de cabeza para estos vecinos. «No van al colegio, les ves bebiendo cerveza o incluso fumando… ¡a niños de 7 u 8 años!». Llaman a los timbres constantemente, tiran las señales que se ponen en la calle «y amedrentan a otros niños que quieren utilizar el parque infantil, que lo suelen tener tomado». La calle suele estar «llena de porquería porque se sientan a comer y beber en los bancos. A veces se juntan hasta un centenar». Eso cuando no «revuelven en los contenedores, que suelen estar hechos una porquería».
El hastío de los vecinos es patente y por eso no entienden las declaraciones de la alcaldesa Sara Hernández asegurando que «la situación es de total tranquilidad en la Alhóndiga». «¡Que se venga ella a vivir aquí y verá qué tranquilidad!», «¿cree que llamamos a la policía por capricho?», son las réplicas encendidas que realizan los vecinos.
Herminio Vico, concejal de Seguridad, ratifica lo explicado por la alcaldesa. «Desde el mes de agosto hemos intensificado la vigilancia en ese punto y hay una situación normal. No representa ningún problema de seguridad ahora mismo. Además la plaza de Juan Vergara es un espacio más abierto diferente a Las Margaritas, donde la sensación subjetiva de inseguridad podría ser mayor».
La otra vertiente del problema es la de los propietarios de las viviendas que han ocupado. Tras arreglar la herencia, los dueños del edificio de Leganés, 30, tienen el asunto en los tribunales, esperando la orden para que sean desalojados. El inmueble colindante, en el número 28, es propiedad de una sociedad que tiene previsto echar abajo la vivienda. «Hemos solicitado la licencia para demolerlo y también tenemos presentada una denuncia en comisaría», explica Félix, uno de los administradores. «Son infraviviendas que tienen que ser demolidas para poder hacer algo allí útil». ¿Y los inquilinos que la ocupan? «La justicia es muy lenta, así que tenemos un acuerdo verbal con ellos. Cuando lleguen las máquinas, les pagamos, y se van». Los vecinos lo agradecerán.
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