Por un homenaje a Pedro Cid

Pedro Cid se ha ido. Y en La Alhóndiga y todo Getafe ya se le echa de menos. La ciudad llora su pérdida, la de un gran hombre que supo hacerse querer con pequeños gestos, luchando por los más desfavorecidos, haciendo de la causa de la droga o la inmigración la suya propia. Una vida que es ejemplo para los vecinos de un barrio que nota su ausencia.

Se ha ido, y ya se le echa de menos. Es por eso que GETAFE CAPITAL, en colaboración con la Casa de Extremadura, la Asociación de Vecinos Nuevo Amanecer y GetafeVoz, ha comenzado a recabar apoyos para realizar un gran homenaje a su persona en el mes de septiembre. Pero queremos ser más, queremos contar con el apoyo de asociaciones y personas a título individual. Escríbenos, comparte y participa en lo que tiene que ser el mejor homenaje que podamos dedicarle.

 

50 años de sacerdocio

Pedro Cid, Anuario de Getafe 2009

Mi historia de estos cincuenta años se desarrolla en tres escenarios bien distintos: Salamanca, Paraguay y Getafe.
Viví, estudié y recibí la ordenación sacerdotal en Salamanca. Lógicamente, una ciudad marcada desde siglos por la cultura y el arte tenía que dejarme su huella… Y quiero pensar que sus piedras me inculcaron el idealismo del románico, la aspiración a lo inalcanzable del gótico, los aires humanistas de su renacimiento y la contradicción, nunca satisfecha, de las luces y sombras del barroco, símbolo del mundo apasionante que me ha tocado vivir cargado de aspiraciones y zozobras.
Cada rincón de esta ciudad, que necesito recorrer de cuando en cuando, es una evocación de ensoñadora historia. Allí me forjé, me fortalecí en las creencias, soñé y fui feliz.
Luego Paraguay. Siete años de aprendizaje que me abrieron los ojos para poder ver el reverso de la historia humana, la otra cara, la parte más oscura que no tiene brillo. Pero eran tiempos del Concilio y aquello fue apasionante. La Iglesia latinoamericana hizo una apuesta solidaria por los más desfavorecidos y fui testigo gozoso de aquel despertar profético que se rubricó con el sacrificio de muchos, que sufrireron la persecución y la tortura.
Y los últimos treinta y tres años en Getafe. Los primeros años estrenamos nuevas formas de convivencia, que suponía salir de una situación política no deseada y superar una crisis laboral de cierre de fábricas y encierros en las iglesias. Con ilusión se luchó creyendo tocar el paraíso del cambio. Y la Iglesia de Getafe supo ser compañera de camino en aquella ruta.
Pero también aquí me encontré con esa parte oscura de la vida que he intentado confrontar con mis creencias. Tal vez por desilusión, se buscó el paraíso, otra vez no alcanzado, en el recurso a la droga, que generó también sufrimiento. También aquí fue necesaria nuestra presencia solidaria.
Y en la etapa más reciente, tengo la impresión de que estamos nuevamente asisitiendo a la pérdida de otro paraíso soñado, arrullado por horas de bonanza, en una España que prometía ser grande y rica, donde cabíamos todos y el dinero fácil estaba al alcance de todos. Fue un colorista reclamo para millares de inmigrantes. Mas siempre pagamos un precio y, al menos unos cuantos, después de años de esfuerzo, sacrificios, lejanías y explotaciones diversas, ven rotos sus sueños de alcanzar esa tierra prometida, apenas acariciada.
Me gusta contemplar estos atardeceres otoñales sobre Getafe. La luz que se agota tiñe de añoranzas los edificios cargados de antenas, como una especie de aspiración no lograda. Y me interrogan sobre tantas vidas que, sin lograr su sueño, también se están oscureciendo. En el interior de nuestro templo, Bianchi dejó un testimonio de esperanza en la figura blanca de Cristo con los brazos en señal de victoria, como símbolo de un a etapa de intenso afán constructivo. Y Teo Barba nos dejó también el tetimonio de otra etapa del camino que, pasando por la cruz de la deshumanización de la gran ciudad, busca un horizonte nuevo, expresado en los discípulos de Emaús, que en otro atradecer cuestionaron a Jesús con aquel desilusionado “nosotros esperábamos…”.
La débil luz anaranjada de nuestros atardeceres otoñales también parece interrogarnos hoy sobre tantas vidas rotas en Getafe, donde en otros tiempos tantos movimientos y asociaciones cívicas, ya desaparecidas, supieron crear un clima de vida y de esperanza solidaria. ¿Seremos capaces de estar hoy solidariamente presentes en la caída de este otro paraíso que se desmorona…?

Raquel González - Directora Getafe Capital

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