El 11 de junio de 2011 Juan Soler fue nombrado alcalde de Getafe en la sesión de investidura de unas elecciones históricas, que marcaron un cambio radical en el municipio. Por primera vez en la democracia Getafe iba a ser gobernada por el Partido Popular. La campaña del santanderino afincado en el barrio Salamanca de Madrid hablaba de cambio, de regeneración democrática, de eliminar el clientelismo… ¿Qué ha pasado cuatro años después? Getafe se ha convertido en una pequeña dictadura en la que el miedo impera y donde la voz ‘todopoderosa’ de Soler es la que marca el paso de la actividad. No hay posibilidad de discrepancia: ni dentro, ni fuera. Soler no hace prisioneros y esa lección está bien aprendida por propios y extraños. Denigra a quien discrepa utilizando mentiras clamorosas o amparando libelos desde el anonimato y la impunidad. Y no ha tenido pudor a la hora de convertir el Ayuntamiento en la casa de los líos con escenas de vodevil esperpénticas.
Que la ética democrática no iba con Soler lo demostró al principio de la legislatura, cuando declaró a GETAFE CAPITAL (cuando aún concedía entrevistas y nos invitaba a los desayunos de prensa) que “el Pleno no gobierna”. El que gobierna es el PP, y Juan Soler es quien marca una pauta de la que nadie osa salirse. Ha creado un rebaño disciplinado de adláteres que le defienden sin pudor ante la amenaza clara: o estás conmigo o estás contra mí. Ha superado el concepto de clientelismo por el de un rebaño adocenado hecho a medida.
Él, que fue elegido por el dedo de Esperanza Aguirre para bajar del cielo a la arena de un municipio que considera menor como Getafe y que de su mentora aprendió el arte de la falacia y de desviar las responsabilidades en otros (¿no fue él quien viajó invitado por una de las empresas de la Púnica a París?) , quiso hacerse una ciudad a medida. Y para eso tenía que conocerla: no bastaba con preguntar, tenía que investigar (con fondos públicos) a empresarios, funcionarios, y representantes sociales. Un ‘espionaje’ que es uno de los casos más graves de atentado a la privacidad hecho en esta legislatura. Esos datos influyeron en las mesas de contratación, como se ha reconocido en la comisión de investigación creada y cuyas conclusiones nunca se llevaron a Pleno. Su otra vía para adaptarse a Getafe fue la política de chapa y pintura. Más allá de ir al fondo, Soler ha preferido la apariencia: jardines verticales, paraguas, estrambóticas edificaciones, ahora también murales… El buen gusto no se le niega: quizá su vocación oculta es la de decorador; la de alcalde, evidentemente, le queda grande.
Su desprecio por la historia del municipio y por las asociaciones que han construido la ciudad ha sido patente desde el principio. Solo unos pocos privilegiados que han crecido al calor del alcalde (véase AJE o Colegas) han sobrevivido a esta campaña sin tregua en la que los perjudicados han sido, por ejemplo, asociaciones de enfermos que han visto como tenían que cerrar sus puertas ante la incomprensión municipal. En lo más profundo de la crisis ha reducido el gasto social por habitante, dejando sin ejecutar gran parte de lo presupuestado. Utiliza las cifras a su antojo para hacer su particular campaña de artificio y vende humo, despreciando la inteligencia de los votantes. El último despropósito es ni siquiera haberse molestado en hacer un programa electoral. Al menos podía haber cogido el de hace cuatro años, que aún está impoluto, esperando que alguien se dignara mirarlo. Con estas premisas, normal que no quisiera debatir con el resto de candidatos.
Juan Soler ha despreciado los principios básicos de la democracia, la libertad de expresión y de prensa; ha ninguneado a la oposición elegida por los ciudadanos acusándola cuando le venía bien hasta de ser kaleborroka; ha hecho oídos sordos incluso de una institución como la defensora del pueblo cuyos informes ha ignorado; ha eliminado cualquier forma de participación ciudadana, consejos sectoriales, de barrio… todos se han eliminado. Ha demostrado, finalmente, su desprecio por el vecino. Getafe y los getafenses le importan poco, aunque el dinero de sus impuestos sí le sirve para comer habitualmente en Madrid.
El 24 de mayo de 2015 los ciudadanos están llamados a las urnas. Será una cita importante en la que cada cual debe votar en conciencia, eligiendo la opción que considere más beneficiosa para Getafe. Pero por el bien del municipio Soler no debe volver a ser alcalde. Hay opciones para un cambio seguro y renovado; la política del miedo no puede triunfar. El cambio es posible. Y más que posible, necesario.