Fui uno de los españoles que vivió la etapa más brillante y, por qué no decirlo, también la políticamente más triste de Adolfo Suárez; pero esto es siempre así, sobre todo en la vida pública. En Getafe nos llegó la democracia conducida por Adolfo Suárez e instaurada por el Rey, heredero póstumo del General Franco, y la recibimos todos: partidos políticos, sindicatos, autoridades civiles y miliares, Iglesia y, lo que es más importante, el pueblo, con la alegría y la ilusión de llegar a consensos, acuerdos y administración más leal, más consensuada y más eficaz partiendo del dicho americano de un “gobierno del pueblo por y para el pueblo”.
Suárez nos trajo (él fue el artífice y el piloto de la operación) una Constitución con la que creíamos que íbamos a vivir para siempre en democracia, una democracia real, en la que no habría corrupción, ni favoritismos y que todos seríamos iguales ante la Ley y que acabaría con el nepotismo, tan propio de las dictaduras, entre gobernantes y gobernados. Puse un “pero” a aquel texto que se publicó en el “Boletín municipal”. Un “pero” que años después Julio Anguita me hizo comprender cuando afirmó que lo malo de la Constitución era que no se cumplía.
Pero éramos felices y soñadores cuando en la primera corporación democrática convivimos, al menos con honestidad y respeto, la izquierda y la derecha, y el pueblo había tenido por primera vez en muchos años la oportunidad de votar en libertad a sus representantes a partir de los partidos políticos. Suárez, acompañado por el Rey, había logrado, por fin, que los españoles interpartidos nos considerásemos contrincantes y no enemigos; éstos, los enemigos, quedaban en el interior de los propios partidos como luego pudo comprobar el propio Suárez al verse entorpecido, y abandonado, cuando no traicionado, por sus huestes, aparte de por otros estamentos de gran influencia ciudadana como los partidos de la oposición.
A Suárez no le fue perdonado por parte de socialistas, aliancistas, autonomistas y otros poderes fácticos de mucho peso y muchas armas y por sus propios compañeros de partido que ganara sus segundas elecciones, y entre unos y otros propiciaron su forzada decisión de dimitir.
Tras esta dimisión antes del intento del golpe de estado (porque hay que recordar que se produjo antes) y la llegada a la cabeza del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo, Suárez fundó un nuevo partido, el CDS, que no obtuvo el respaldo que él esperaba, y en Getafe necesitó que llegara 1987 para obtener representación municipal, cuatro concejales; representación que perdió en las elecciones de 1991. Pero Suárez seguía siendo querido, pero no votado, como él solía decir.
En Getafe y en España dejó su herencia democrática, porque él sí creía en la democracia, en una democracia sana, ni partidista ni arribista, aunque procediera del Movimiento, un Movimiento que él con otros compañeros de cuerda y el Rey habían logrado arrumbar.
Y Getafe se lo reconoció siempre siendo prueba de ello el que sus autoridades civiles acordaran poner su nombre a una de las calles de la localidad, publicitando en el año 2008, que dicha calle sería la que se estaba construyendo en el Sector Tres entre las viviendas de la cooperativa Nuevo Hogar y el Parque de la Alhóndiga, dando acceso al nuevo barrio de Buenavista.
Getafe y España le están rindiendo un más que merecido homenaje. A él me sumo con la esperanza de que los españoles logremos ver cumplidos sus sueños de ver una España plenamente democrática y políticamente honesta.