Las revoluciones se desatan con un pequeño acontecimiento, a veces insignificante, que es el que prende la mecha, el que encadena una serie de hechos que son capaces de doblegar gobiernos, impulsar cambios decisivos y movilizar a los ciudadanos. Nadie sabe cuándo, cómo o por qué salta la chispa. Después se analizan los datos y se obtienen conclusiones grandilocuentes: todo encaja. Pero a priori la primera reacción es la sorpresa: ¿por qué aquí?, ¿por qué ahora? ¿Por qué en Burgos? La tranquila ciudad castellana, conservadora donde las haya, ha explotado a cuenta de un bulevar que ha despertado las iras de los vecinos de Gamonal, barrio obrero, masificado, azotado por el paro, pero lleno también de gente comprometida que no está dispuesta a que una vez más, se rían de ellos.
La revuelta está calando en la gente, haciéndole salir a la calle, obligando a renunciar al miedo que hoy paraliza a la sociedad civil. Porque es la política del miedo lo que atenaza a los ciudadanos que temen por su estatus, por su trabajo, por su dinero, por sus hijos, por su educación, por su sanidad… pero no reaccionan.
La indignación es latente, pero la sociedad vegeta, duerme en una apatía en la que han asumido con resignación recortes, bajada de salarios, un paro creciente y un sinnúmero de ataques a la democracia y al Estado de bienestar que ha costado casi cuatro décadas conseguir. No ha habido hasta ahora una respuesta visible a pesar de que el hastío es palpable.
El miedo por excelencia de este Gobierno del PP es a la libertad y se crispan ante la protesta ciudadana ante la cual su respuesta, la única que conocen, es la represión, avalada por la Ley de Seguridad Ciudadana que han hecho a medida de su instinto de conservación. Su mensaje de que son corpúsculos infiltrados de violentos que se pasean por la geografía buscando guerra se ha desmontado a la primera de cambio y al Ministerio de Interior le ha salido además un díscolo como es el alcalde de Burgos, Javier Lacalle empeñado a toda costa y a pesar del efecto dominó que pueda causar en continuar las obras. La primera victoria ha sido doblegar esta voluntad, paralizar las obras, aunque sea momentáneamente, e iniciar un proceso de diálogo. La pregunta es, ¿sabrán dialogar?
El que comienza a llamarse ‘efecto Gamonal’ puede pasar por encima de las pretensiones de intentar controlar la protesta que ya comienza a extenderse con manifestaciones de apoyo en otras ciudades. ¿Es la chispa que puede propiciar un cambio? ¿Será verdad que la ciudadanía ha despertado? Y nuevamente el PSOE ha perdido el tren para liderar esta movilización. Una vez más.
El bulevar que se pretende hacer en el corazón de Gamonal, con una inversión faraónica que busca contentar a una de las fuerzas fácticas y mediáticas de la ciudad, el empresario Méndez Pozo, es solo la excusa que ha propiciado la respuesta ciudadana. Detrás, un gasto de millones de euros en un barrio castigado por el paro en el que se cederán plazas de garaje por el pago de casi 20.000 euros en una zona donde es imposible aparcar. Los vecinos no quieren la obra, pero eso ahora ya es lo de menos: lo importante es que la gente ha salido a la calle y no le preocupa tener a la policía enfrente. Hoy se pelea por la dignidad, por la democracia, por los derechos sociales. Hoy Burgos puede ser el epicentro del despertar.
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