2013 está llegando a su fin, entre turrones y mazapanes (para algunos, porque otros no tienen ni para eso). La Navidad es tiempo de hacer balance, y poner sobre la mesa lo bueno y lo malo que se ha hecho durante el año. El Partido Popular apura los últimos días de un año que ha sacado la cara más oscura del Gobierno actual: un escándalo tapa al siguiente y así han ido pasando 2013. Ha sido el año de Luis Bárcenas y sus papeles que han puesto en el punto de mira la honorabilidad del partido del Gobierno. Sin explicaciones, poniendo escándalo sobre escándalo hemos asistido con la impasibilidad gubernamental a la condena de Jaume Matas en Baleares y Carlos Fabra en Castellón; sin tiempo para respirar una figura fundamental en el organigrama del PP como es José María Aznar ha dejado su imagen en entredicho al conocerse las sórdidas manipulaciones que se producían en Caja Madrid, con la connivencia de otros muchos, véase Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz Gallardón. Para no dejar títere con cabeza, se le ha revuelto el gallinero madrileño, con el enorme ridículo que hace la alcaldesa Ana Botella cada vez que comparece (hay que tomarse un relaxing cup of café con leche para afrontarlo) y ahora con la imputación de la mujer del presidente Ignacio González, por el turbio asunto de la compra del ático marbellí. A lo mejor endulzarían la fiesta con un poco de confeti del que parece que le sobra a Ana Mato. El registro del corazón popular, la calle Génova en la investigación del juez Ruz, es la guinda del pastel. Y no hay ninguna repercusión política: nadie dimite, todos se aferran a la filosofía presidencial: aguantar el tipo y esconder la cabeza. Ya pasará. Y lo triste es que pasa, y se olvida.
El PP no levanta cabeza, pero eso no parece afectar a su hoja de ruta de reformas y leyes que están llevando al país a un retroceso histórico. Un año en el que los ciudadanos son un poco más pobres. Se paga más por los medicamentos, mientras los de uso común ni siquiera son financiados. Y de paso se ha expulsado del sistema sanitario a cerca de un millón de personas. Hemos conocido lo que es el factor de sostenibilidad: una congelación técnica de las pensiones a perpetuidad, cargando sobre los más desfavorecidos la carga. Se ha aprobado merced a la cabezonería del ministro Wert una ley educativa que devuelve poder a la Iglesia y recorta becarios además de tener en contra a toda la oposición. La electricidad sigue subiendo a un ritmo endemoniado, por más que intenten lavarse la cara con la paralización de la última subasta. También se recortan libertades primarias como el derecho de manifestación aprobándose una Ley de Seguridad Ciudadana que más bien parece la antigua ley de maleantes franquista, con multas millonarias. Se ha reformado el Código Penal y el acceso a la justicia se ha complicado para los más desfavorecidos, y para celebrar la Navidad, Gallardón ha hecho retroceder la ley de aborto a la época en la que las mujeres se iban a Londres para ejercer este derecho. Y para colmo el lío en el que se ha metido el presidente en verano con la nacionalidad de Gibraltar, y ahora con algo más grave: lo que sucederá con Cataluña en un debate que parece no querer afrontar Rajoy.
Ha sido el annus horribilis del PP, pero sobre todo de los ciudadanos.