Germán Temprano – diarioabierto.es
Uno, sin tenerse por perspicaz, ha llegado a la conclusión de que lo peor de los problemas sociales o laborales no es que existan sino que se vean. Así, el Ayuntamiento de Madrid legisla sobre la prostitución en la calle pero nada dice de la que se ejerce a cubierto. Ojos que no ven corazón que no siente. Con la huelga de limpieza pasa algo similar. La basura que molesta es la que se tiene que evitar en las aceras, pero poco o nada importa la que se incluye en las cláusulas de los contratos. Nada más lejos que legitimar la quema de coches o contenedores (actos perpetrados por un puñado de exaltados que se definen a sí mismos) al calor de una lucha que se antoja más que justa. Quien diga lo contrario debería sopesar qué haría si, además de despedir a centenares de sus compañeros, le exigen una reducción de más del 40% en un salario que no llega a los mil euros ¿Pasearía a su gerente a hombros por la oficina?
Si a doña Ana Botella lo que le preocupa es la imagen exterior de la capital convendrá que es razonable que haya cientos de familias que estén desveladas por qué van a comer mañana o cómo van a comprar los libros de texto a sus hijos. No todos los vástagos tienen la suerte de entrar en consultoras para gestionar pisos sin mediar más concurso de méritos que el origen familiar. Si tanto cuesta entender la actitud de los empleados de la limpieza bastaría con interiorizar que cada día de huelga no lo cobran de un sueldo ya de por sí escuálido. Mientras, los empresarios que hoy claman contra la barbarie obrera en unos tiempos de crisis deberían tan solo decir si cuando, no hace tanto, sus beneficios se triplicaban hacían lo mismo con los salarios de su plantilla ¿O sólo hay que compartir las estrecheces?