“Solo queremos descansar” es una de las frases más repetidas por los vecinos cuyas viviendas dan a la plaza Rufino Castro, en el barrio de La Alhóndiga. Varios son los propietarios que, hartos, aunque atemorizados por cómo está empeorando su bienestar han dirigido sus quejas a GETAFE CAPITAL.
Son antiguos y nuevos los afectados que coinciden en que no solo no pueden descansar en sus viviendas a causa del ruido o de conductas incívicas de determinados grupos de vecinos, sino que la presencia de algunas actividades ilegales como el tráfico de drogas, el consumo diario de alcohol o los actos de vandalismo, les hacen sentirse incómodos e inseguros en su barrio.
La situación, según los testimonios consultados, “se ha agravado en los últimos tres años, y se hace prácticamente insostenible en los meses de verano, cuando grupos de marroquíes, sudamericanos y rumanos permanecen en la plaza hasta altas horas de la madrugada, bebiendo y perturbando el sueño de todos”, explican a este medio sin presencia de cámara o grabadora por temor a represalias. “Cuando les hemos llamado la atención se encaran con nosotros: nos insultan, amenazan e intentan agredirnos.
Un menor de edad me sacó una navaja”, relata Javier –nombre ficticio–, vecino de La Alhóndiga desde hace un año y medio, quien sospecha que la persona que le vendió el piso ya huía del barrio. Sus vecinos Luis y María lo confirman “si pudiéramos, nos iríamos a vivir a otro sitio”, dicen apenados después de 21 años de convivencia en la calle Estudiantes.
Nula respuesta policial
Unos y otros coinciden en señalar que la Policía Local no actúa en consecuencia, “dicen que no tienen suficientes efectivos”, “o que no pueden prohibirles estar en la calle”, replica la vecina, “o que no pueden multarles porque no trabajan y no tienen nómina”. “Y yo, que sí trabajo, ¿no tengo derecho a mi descanso?”, contesta indignado Javier, que cuando sale de casa para trabajar observa día a día los residuos en la calle de la noche anterior. “Eso por no hablar de los orines en las esquinas o en el parking de la plaza”, indica. A pesar de que en su día pudieron reunirse con el concejal de Seguridad y con el jefe de la Policía Local –con quienes este medio se ha puesto en contacto sin obtener respuesta–, estos aseguraron que para La Alhóndiga existían dos patrullas permanentes, aunque los vecinos insisten en que “la Policía debería aplicar las normativas de seguridad correctamente, sin excepciones.
En esta plaza se bebe alcohol de noche, se distribuye a menores (incumpliendo la Ley antibotellón), no se respeta el sueño de los vecinos con gritos y risas hasta las tres de la mañana, hay tráfico de drogas, y todo ello, con bastante frecuencia, en presencia de menores de edad”. Aunque los propietarios identifican perfectamente por sus nacionalidades a los vecinos molestos, no relacionan directamente estas conductas con la inmigración. “Tenemos más vecinos inmigrantes con los que no tenemos ningún tipo de problema”, añaden, “de hecho, sus propios paisanos les llaman la atención”. Tanto desde el Ayuntamiento como en la propia Comisaría han confirmado que la plaza Rufino Castro registra numerosos avisos y se tiene constancia de las quejas vecinales.
La parroquia de San Rafael, vivienda y templo
En primera línea de fuego entre las quejas vecinales y los agravios, y en el mismo centro de la plaza, se alza la iglesia de San Rafael Arcángel. Vivienda y lugar de trabajo de tres sacerdotes que dicen conocer perfectamente los problemas de la zona, aunque justifican la situación por la masificación, la pobreza y la falta de instalaciones de la misma. Precisamente, otra de las quejas más repetidas por los propietarios es que la Iglesia ayude con alimentos a los vecinos incívicos que por la noche “se gastan el dinero en emborracharse en la misma plaza”. No comprenden qué tipo de control tiene Cáritas sobre las personas a las que asiste.
“Vemos que hay problemas de convivencia, no de orden público”, opinan en la parroquia, “no estamos todos los días con peleas o problemas diarios. Es un problema más de masificación que de vandalismo”. Varios carteles amarillos y rojos pegados en las fachadas del templo insisten en que no se den balonazos al edificio, ese parece el mayor de los inconvenientes para los residentes de la parroquia, “ha habido ocasiones que había balones dando en los cuatro costados de la iglesia. Y solemos salir a llamar la atención”,
cuentan. La de Rufino Castro es para los sacerdotes “una plaza con mucha gente, con muchos niños”, donde “un gran problema en la zona es que no hay lugares para los chavales. Hemos recogido firmas para que se abran, por ejemplo, pistas de los colegios. Al haber tanta inmigración, tienen que salir a la calle”, explican en la parroquia.
“La Alhóndiga es un barrio pobre. Hay que asumir la realidad en la que el barrio vive. Estas cosas pasan en todos los barrios populares”. La institución sí se muestra satisfecha con la respuesta policial, aunque admite que su presencia “no es constante”, y apunta hacia el “entendimiento” de unos y otros como medio para solucionar los conflictos. “En la parroquia ha habido un taller popular con vecinos. Parece que se ha tomado conciencia, sobre todo por parte de los chavales marroquíes”. Con respecto al reparto de alimentos, la parroquia dice no estar de acuerdo “con la valoración de algunos vecinos. Cuando Cáritas proporciona comida, también realiza un seguimiento de los casos”, detallan, “incluso sabiendo que nos engañan tenemos que apoyarles. Hay que conocer la realidad de cada caso”.