Una historia de grises, marrones y azules
Todavía vestían de gris. Luego conocieron el uniforme marrón, y el azul, con las diferentes tonalidades que han ido evolucionando durante los años. Y todavía se les conocía como la Policía Armada, independiente del Cuerpo Superior de Policía al que pertenecían los inspectores, que vestían de paisano. Así aterrizaron en Getafe un 1 de octubre de 1978, en la calle Churruca 22. Aún no se había aprobado la Constitución, pero la sí la orden que formalizaba que los municipios de más de 20.000 habitantes podían tener una Comisaría propia: Getafe tenía 100.000. Antonio Rey, Germán Herrero, José Luis Prímola, Alonso Vega, José Ignacio Oviedo, Gregorio Flores y Teodosio Sánchez, junto con Eusebio Angulo, que se unió unos meses más tarde, cumplen con la Comisaría, 35 años de servicio en Getafe. Son los últimos fundadores que quedan en activo. «Los viejos» del lugar, como les llaman. Entonces la media de edad de los que llegaron a la Comisaría era de unos 24 años.
Fue en esa nave-chatarrería de la calle Churruca donde comenzaron su labor de seguridad 2 comisarios, 2 subcomisarios, 18 inspectores, 1 capitán, 1 teniente, 6 sargentos y 65 policías. Al primer comisario, Pedro Iglesias ya fallecido, todos le recuerdan con cariño. «Era un buen comisario y un buen compañero», rememora Vega. «Era el primero que iba a un control o una redada», asegura Prímola y le ratifica Oviedo: «Era un jefe para todos». Los medios por aquel entonces, eran escasos. Junto a la nave casi diáfana, en la que apenas había unas oficinas, (las que tenía la empresa anterior, hierros Sacristán), con grúas en medio de la nave y unos calabozos que se habilitaron, patrullaban con un Land Rover descapotable y un K Seat 124 de color amarillo. Rey recuerda que «teníamos bar aquí, porque los servicios eran de 24 horas. Podíamos comer, tomar café, cenar». La convivencia era muy estrecha, y han pasado juntos Navidades, Nocheviejas, fiestas y celebraciones.
Alta inseguridad
Vigilaban una ciudad industrial en las que además de grandes factorías, la base aérea y cuatro cuarteles militares, había 4 discotecas que abrían a diario, 5 cines, 6 bares de alterne que propiciaban que la delincuencia de barrios como Villaverde y Vallecas se diese cita en Getafe. Porque había mucha inseguridad. «Podía haber dos o tres atracos a la semana», cuenta Oviedo. Y los bancos eran atracados sistemáticamente. Pero su presencia ayudó a mejorar la situación y pronto consiguieron «una buena sintonía con el pueblo, con los comerciantes», explica Vega. Uno de los casos más curiosos y anecdóticos fue un atraco al Banco Santander de la calle Cervantes. Un muchacho solo se decidió a llevarse el dinero de la sucursal. Lo que no se percató es que ese 24 de febrero de 1981 (al día siguiente del golpe de Estado de Tejero) toda la Policía estaba de guardia, y esperándole a la salida del establecimiento.
Angulo recuerda también el día que estaba «haciendo el servicio en la puerta y una persona estuvo en la puerta con las manos en los bolsillos. Me mosqueó que no las sacara». Cuando entró vio que se trataba de uno de los buscados por su relación con los GRAPO. «Quién sabe si llevaba algo en el bolsillo». Poco después fue detenido.
Las radiopatrullas
Los medios eran escasos y no fue hasta casi pasado un año cuando las paredes recibieron una mano de pintura. Fue el Ayuntamiento de Getafe, entonces con Jesús Prieto en la Alcaldía, el que le dio ese cambio de cara. Para los vecinos, empezaron a ser conocidos cuando llegaron los coches de radiopatrulla, las famosas lecheras, cuyo conductor pertenecía al Parque Móvil y le acompañaban un cabo y un policía. También fue determinante en la apertura a los ciudadanos, la instalación de una habitación del segundo piso para la tramitación de los carnés de identidad: por aquél entonces, se hacían a mano. La Inspección de Guardia también comenzó a funcionar, que era la encargada de atender a la emisora por la que operaban los zetas, además de recibir denuncias y tramitar atestados con los detenidos.
Han tenido siempre una buena relación con Guardia Civil y Policía Local. De hecho, en sus archivos se tuvieron que apoyar en un primer momento para conocer «las fichas de los delincuentes más comunes», cuenta Prímola. En las elecciones «enviaban a una pareja a los colegios electorales que tenía que estar desde las ocho hasta las tres o cuatro de la mañana que finalizaba el recuento, buscándonos la vida para comer» recuerda. Una historia que ha cambiado mucho, explica Rey porque «ahora hay sindicatos, apoderados…».
El de Perales del Río era un barrio complicado por aquél entonces, en que ya existía el Ventorro y la Cañada Real. «Los radiopatrullas hemos hecho muchos servicios allí e investigaciones muy buenas», cuenta Vega. Prímola recuerda que no siempre era fácil llegar hasta el alejado barrio: «Cuando llovía había que dar la vuelta por Villaverde, porque no existía la carretera del Cerro».
Casos sonados
En los titulares de los periódicos se pudo leer: «Roban en la Comisaría de Getafe». La cosa tenía guasa, aunque también explicación. «Estábamos con las obras de remodelación, y unos kosovares entraron por las naves adyacentes y se llevaron maquinaria, poco más». Pero les tocó el amor propio porque no pararon hasta que consiguieron desmantelar esta red a la que después se le imputaron 56 robos en diferentes localidades de Castilla y León.
En los 90 ambos cuerpos se unificaron y nació el Cuerpo Nacional de Policía, que supuso un gran avance organizativo. Los frutos de las investigaciones no tardaron en llegar, con casos relevantes, como el secuestro y la liberación de un niño chino de 12 años por el que exigían 50 millones de pesetas de rescate, la detención de una red internacional de irakies a los que se les interviene 4 kilos de heroína, la detención del novillero Curro Valencia y otras 13 personas relacionadas con el cartel de Medellín, la desarticulación de una red dedicada a la introducción de cocaína en España procedentes de Ecuador, o la detención de un individuo dedicado a la piratería y distribución de programas informáticos al que se le incauta material peritado en 15.000 millones de pesetas.
Son casos importantes, que se unen al día a día con el que tenían que lidiar estos policías que recuerdan los quebraderos de cabeza que les daban los famosos boletos, que se vendían en los bares y que estaban obligados a decomisar. A menudo, el sorteo estaba «amañado» y los premios de 5, 10, 25 o 50 pesetas se escondían en el fondo de la bolsa, para poder vender antes todas las papeletas. «Cuando quedaban pocos, había alguno que los compraba, porque así se aseguraba el premio». Entonces era ilegal, pero era un entretenimiento para los vecinos a falta de tragaperras, que llegarían después. Ahora, 35 años después, han recuperado las fotos de los 98 fundadores de la Comisaría. Se han puesto en contacto «con casi el 100% de ellos» y se van a reunir en una comida en la que recordarán algunas de estas batallas. Mujeres e hijos también compartirán esos momentos en una comida en la que se reunirán cerca de 200 personas.